Ganarse la confianza de las filas farianas siendo extranjera la llevó a ver de cerca esa 'otra Colombia'.
Nadège Mazars, una socióloga y fotógrafa francesa, llegó a Colombia hace más de 10 años con la idea de hacer un doctorado en sociología. Sin embargo, sus planes cambiaron al conocer la historia del conflicto armado de nuestro país. Obsesionada con el tema, Mazars decidió ampliar su estadía, dejar sus planes académicos para después y hacer parte de la construcción de memoria histórica a través de sus fotos, especialmente atraída por las rutinas guerrilleras.
Sentadas en un edificio en el centro de Bogotá, le pedí que eligiera sus tomas favoritas para contarme la historia detrás de ellas, también que me contara sobre su experiencia después convivir con las Farc durante tanto tiempo.
Mientras veía las fotos en su celular, sonreía al recordar los momentos que pasó en el monte, rodeada por la incertidumbre y la adrenalina de estar en un campamento fariano.
¿Qué sabías del conflicto antes de llegar a Colombia?
Hace 10 años llegué a Colombia. En esa época no sabía demasiado sobre el conflicto, pero la persona con la que estaba viviendo, sí sabía mucho del tema. Entonces me empezó a contar y yo me empecé a interesar. Escuchándolo hablar de su pasión por Colombia, fui entendiendo lo que ocurría en el país. Después, llegué al país a hacer un doctorado de sociología, que aunque no estaba directamente ligado a la guerra, todo tiene algo que ver con el conflicto en el país.
Mi doctorado era sobre las organizaciones indígenas y la salud en sus comunidades, así empecé a conocer los territorios y a darme cuenta de esta brecha entre las ciudades y el mundo del campo –indígena, afrodescendiente o campesino colono-. Poco a poco, me adentré en las zonas donde todavía hay colonización territorial o hay un mundo aparte que intenta sobrevivir fuera de un modelo clásico de la ciudad.
En el momento no me interesaba tanto el tema, fue más tarde que empecé a pensar en el conflicto. Después de mi doctorado en 2013, pasé a la fotografía, ahí fue, en 2014 cuando hice mis primeros contactos en el mundo de las Farc.
¿Cómo fue ese primer contacto?
Lo logré metiéndome en el campo, seguí a la gente y a las la movilizaciones campesinas. La gente de esas zonas me llevó a las filas farianas en 2014. Con otros dos compañeros, uno italiano y una canadiense, nos permitieron entrar en un campamento y residir en él durante mayo de 2015.
¿Cómo cambio la impresión que tenías de las Farc cuando empezaste a convivir con ellas?
Es un modo de vida muy distinto, ellos se adaptaron y tienen su propia cultura, su modo interno de funcionamiento. Entendí que la mayor parte de los integrantes venían del campo, vivían una situación muy complicada desde años atrás y es un conflicto que se repetía en las familias campesinas.
Específicamente, ¿qué te llamó la atención dentro de los campamentos de las Farc?
La organización horizontal a nivel de funcionamiento cotidiano. Creo que hay algo que se respeta a nivel de las tropas. Comparten mucho y reparten mucho, son muy organizados, mucha disciplina. Además, me impacto como pasa el tiempo en la guerrillera. Yo fui en un momento de cese al fuego unilateral, pero todavía había guerra. Entonces existía el riesgo de bombardeo, había que cuidar cada momento de la noche. Lo que quiero decir es que todo tiene su ritmo, pero hay muchos tiempos muertos, momentos muy tranquilos. En estos tiempos hay algunos que estudian, leen y tejen. Las mujeres y los hombres se arreglan para verse bien.
La imagen que teníamos de la guerrillera era algo como disociado de la sociedad, lo que vi es que no era tanto así. Hay muchos vínculos porque es una guerra larga duración, los vínculos están infundidos desde mucho tiempo atrás y están estrechamente vinculados con la ciudad. También las redes de llegada de comida, de medicamentos, materiales, es algo que se construyó con la ciudad y hace que haya un lazo entre los dos.
¿Qué tipo de fotografías empezaste a hacer con las Farc?
Mi idea era ver más allá de la imagen del guerrillero que se tenía desde siempre, que es blanco o negro, es casi como una imagen de Rambo que vemos en las películas. Yo quería ver más allá de esto y entender porque este grupo funcionaba desde tanto tiempo atrás.
A través de las fotografías, encontré que la gente creó una nueva familia en las Farc. Abandonó su vida de antes, cambió de nombre y de identidad, era una oportunidad de vida distinta. Encontré personas que empezaron a trabajar desde los 11 años en el campo, era algo normal para ellos.
¿Crees que por ser extranjera se facilitó tu entrada a las Farc?
Hay colombianos que entraron fácilmente a las Farc, yo fui muy terca porque empecé los primeros intentos de conexión hasta 2013, pude haber empezado antes. Para poder entrar, decidí mostrar quién era, qué tipo de trabajo estaba haciendo y que trabajo quería hacer con ellos. La honestidad me abrió muchas puertas.
Después de todo lo que viste ¿Cómo ves lo ocurrido con las negociaciones de paz y la actual implementación de lo pactado?
Creo que es necesario tener optimismo, es un proceso de lucha que es largo. Hubo tantas fallas de seis meses para acá que me preocupa que se pierda confianza. Lo que más me asusta es el tema de que maten a los ex guerrilleros.
Las fotografías
Fui con mis compañeros al Putumayo. Tuvimos que viajar dos días para llegar al campamento donde eran las pedagogías. Cuando vas a un viaje así, te metes en un ambiente muy especial. Siempre hablo de ‘la otra Colombia’, porque se cruzan fronteras invisibles, es otro mundo.
En esta foto estaba en un pueblo en la frontera entre Putumayo y Caquetá, donde llegaron más de 300 guerrilleros y una delegación de La Habana. Fue muy impactante para mi. Fue la primera vez que vi cuál era el impacto de la guerrilla en un pueblo alejado de las ciudades. Había mucho interés de la población en escuchar a los guerrilleros porque había poca información acerca del proceso de paz. Además, la gente en estas zonas siempre había visto guerrilleros con armas, estaban acostumbrados y no entendían porque el gobierno no se molestaba en hacer pedagogía de paz. Muchos de los milicianos que fueron a las pedagogías tenían a sus familias en el pueblo al que fuimos. Verlos reencontrarse fue extraño, es una parte que uno desconoce de los guerrilleros.
En esta foto tuve muchas suerte. Fui a Llanos del Yarí a hacer un retrato para The New Yorker de Carlos Antonio Lozada, No tenía ni idea de cómo iba a hacer el viaje. Precisamente, mi viaje coincidió con el traslado de uno de los primeros grupos hacia una zona veredal, así que me metí en el grupo que salió, que era de 50 guerrilleros.
Viajamos cuatro días hasta llegar a la zona veredal. En esta foto, los miembros de las Farc estaban en un bus de transporte normal, el que conocemos todos. Para ellos era algo muy nuevo, muchos se entusiasmaban por ver como se bajaban las sillas, viendo asombrados que había wi-fi . Además, era extraño porque todavía tenían las armas consigo y era un ambiente muy especial. Paramos dos veces en el viaje. Para mi fue una frontera entre la vida del monte a la vida civil. Algunos me dijeron que llevaban 30 años sin salir del monte, 30 años sin acercarse a un pueblo y para ellos era un descubrimiento total.
Esta foto es el inicio del proyecto de retratos de noche. Lo empecé en septiembre de 2016 en una conferencia en los Llanos del Yarí. Ya no sabía que más hacer en cuanto a la guerrilla. Se decía que había casi 900 periodistas en el Yarí “¿Qué más hay para contar?”, me preguntaba. Quería hacer retratos y me gustaba el tema claro-oscuro. Me di cuenta que había una correspondencia con la historia del proceso de paz, era un momento de transición, esconderse bajo la sombra, las hojas de la selva y la clandestinidad, hacia la luz y el paso a la vida pública. Así que mis retratos mostraban esta dinámica. Que se empezara a ver la cara de los excombatientes.
En un principio, usé mi celular para la luz y los mismos guerrilleros me ayudaban a tenerlo mientras yo tomaba la foto. Después compré una luz led y con el un lente 35mm, intenté guardar la idea de mitad de la cara con luz y mitad sin luz.
Esta es la primera combatiente con la que yo hablé. Incluso me hice su amiga. Ella viene de cortar madera para construir su caleta –el lugar donde dormía- y está en la mitad de la selva. Ahora ella ya dejó su arma, se reincorporó en la vida civil y bueno, yo la estimo mucho, ya que aceptó el proceso completo y aceptó la apuesta de la vida sin guerra. Pero del otro lado, todavía hay muchas violaciones al proceso de paz, tanto del Gobierno como de otros actores que quieren que siga la guerra, no aceptan visiones distintas.
Intento guardar ánimo, pero algunas veces me pregunto: “¿Qué pasa si hay una traición?” Ella perdió mucha gente en su vida, su hermano desapareció, su familia viene de una zona donde había mucha represión de campesinos, es decir ella también pagó muy caro la guerra, pagó un precio a nivel personal, pero ahora está de acuerdo en pasar a otras instancias. No obstante, hay gente intolerante que no lo ve de esta manera y continúa ejerciendo una represión injusta.