Hablamos con los 'haters' de la paz en redes sociales para entender sus argumentos | ¡PACIFISTA!
Hablamos con los ‘haters’ de la paz en redes sociales para entender sus argumentos

Hablamos con los ‘haters’ de la paz en redes sociales para entender sus argumentos

Juan José Toro - junio 16, 2016

¿Qué razones y creencias hay detrás de los comentarios enfurecidos con el proceso de paz en redes sociales?

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Ilustración: Natalia Mustafa.

En redes sociales, el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc, lejos de generar reflexiones y coincidencias, nos radicaliza a diario. La facilidad para opinar –y el relativo anonimato– han convertido a los perfiles de los medios de comunicación en inusuales campos de batalla. No es difícil identificar lugares comunes con los que los colombianos se descalifican: “mamerto”, “uribestia”, “castrochavista”, “fascista”. Tampoco falta quien enumera los crímenes de algún grupo armado o se lanza contra un político achacándole simpatías hacia guerrilleros o paramilitares.

La sección de comentarios de ¡Pacifista! no ha sido ajena a esas discusiones. Cuando se trata de las guerrillas y el actual proceso de paz, los odios salen a la superficie. Durante las últimas semanas hemos publicado varias entregas de un especial con entrevistas a líderes de las Farc y los detractores no se han hecho esperar: ratas, narcoterroristas, cínicos, impunidad, arrodillados, Farcsantos. El discurso virtual varía poco y, por poner de entrada palabras fuertes, cierra las puertas del debate.

Decidimos hablarle a quienes, con mayor vehemencia, criticaron las respuestas de los jefes guerrilleros, y las mismas entrevistas, para entender cuáles son realmente esos argumentos contra el proceso de paz que se esconden detrás de los comentarios hostiles en redes sociales.

En el video que promocionaba el especial “En el cerebro de las Farc”, un usuario llamado Fernando Ricaurte dijo: “Aterrorizan a los campesinos, tienen los centros de acopio de clorhidrato y de base de cocaína más grandes del mundo, se apropiaron de tantas tierras. Si sigo no termino hoy. Terroristas hijueputas. Si en mis manos estuviera la plata, organizo mañana mismo un grupo de comandos tiradores y les daría de baja a todos”. La última frase sugería que su pensamiento era radicalmente opuesto a lo que busca una salida dialogada al conflicto.

Cuando lo contacté, Fernando me contó las razones de su postura. Explicó que vivía con su familia en Boyacá y que tuvieron que desplazarse para evitar que la guerrilla los reclutara a él, a sus hermanos y a sus primos. Luego prestó servicio militar y terminó trabajando en inteligencia en Caquetá, donde dice que vio “tantas cosas que no terminaría de decirlas”. Dijo que ahí conoció campamentos guerrilleros y comprobó que se dedicaban al narcotráfico. “Pero quiero la paz”, concluyó su primera explicación.

Le pregunté si creía, entonces, que la única alternativa para conseguir la paz era por la fuerza (o darles de baja a todos, como había dicho en su comentario).

Él respondió: “al igual que yo, muchos sienten rabia de ver que unos bandidos forman una pandilla y luego reciben premios del Gobierno […] No queremos que los que mataron a un soldado arrodillado y desarmado no paguen cárcel”.

Pantallazo de publicación compartida por Fernando en Facebook.

Miguel Martínez tampoco está de acuerdo con que se implemente un sistema de justicia transicional. El comentario de Miguel fue: “es indignante que estos asesinos, violadores y narcotraficantes no vayan a pagar ni un día de cárcel… y además tengan el descaro de decir que los niños los tenían refugiados y no secuestrados y que todo el terror que sembraron fue ‘dizque’ por defender al pueblo”.

Miguel no es víctima ni ha tenido relación directa con ningún actor armado. Es joven y sus primeras simpatías ideológicas, por lo que cuenta, vienen del primer periodo presidencial de Álvaro Uribe. Sus padres eran uribistas en la época y él recuerda que “todo el tiempo hablaban de las pescas milagrosas, de los atentados. Ellos me mostraron esa realidad y yo la empecé a investigar. Habría que ser ciego para no ver todo el daño que le han hecho esos terroristas al país […] Además uno ve esa negociación y esos criminales no están dispuestos a ceder ni un paso. Solo quieren ganar terreno para volverse a fortalecer como con el Caguán”.

A Miguel y a Fernando les pregunté si su posición variaría en el caso de que las Farc cambiaran el tono de su discurso y aceptaran que reclutaron niños, que mataron civiles inocentes y que se valieron del narcotráfico y el secuestro para financiar la guerra.

Fernando dijo que sí, y que él lo que más espera es poder perdonar, “como también lo esperan muchas víctimas que conozco y quieren dejar la guerra atrás”, pero “nadie hasta ahora nos ha pedido perdón. Los guerrilleros siguen diciendo que ellos no piden perdón porque no hicieron nada malo. Eso es lo que me hace no creer en esta paz”.

Miguel no respondió directamente la pregunta, pero dijo que “a Santos no le interesa que ellos reconozcan sus crímenes. En los acuerdos no los obligan a eso como debería ser”. Y agregó que “si lo que se quiere es acabar con la guerra los culpables tienen que aceptar su culpa y reparar a los que hicieron sufrir”.

Aunque les expliqué que una de las condiciones dentro de los acuerdos, para que quienes participaron del conflicto accedan a las garantías de la justicia transicional, es que digan la verdad y contribuyan a la reparación de las víctimas, Miguel dijo que “no creo que eso vaya a pasar porque ya va muy adelantado el proceso y siguen con el mismo discurso, como si ellos fueran las víctimas”.

Juan Sebastián Sánchez, por su parte, comentó en una de las publicaciones “¡¡¡Qué tal esta partida de hijueputas!!! ¡El día más feliz de mi vida va ser cuando vea a estos guerrilleros en una bolsa negra!”. Su primera explicación sobre esa tajante afirmación fue que las Farc han cometido “asesinatos, masacres, secuestros, extorsiones, violaciones, entre otros crímenes y me parece increíble que a la gente se le olvide eso. Como no tuvieron que vivirlo nunca, se les olvida”.

Le dije a Juan Sebastián que muchas víctimas  han mostrado disposición para recordar lo sucedido pero también para seguir adelante si se logra detener el conflicto y los culpables asumen responsabilidades.

Su respuesta fue que, de cualquier forma, “no es un perdón sincero, sólo lo dicen para quedar bien con el pueblo pero el que ha matado vuelve a matar y así con todo. Yo creo más en la forma de Uribe y no en la de Santos. Creo que eso va a desencadenar mucha más guerra y ahora si va a ser más difícil de controlar, porque se van a crear grupos criminales más pequeños. Teóricamente es muy lindo lo que plantea Santos pero en la práctica eso no funciona”.

Le pregunté entonces que cómo cree que, con “la forma de Uribe”, se puede acabar la guerra y atacar los problemas asociados a ella. “Estábamos acabándolos, lo que pasa es que Santos no siguió con lo que se venía haciendo. Primero se tiene que acabar con los altos mandos y después sí se empieza a abarcar el problema de raíz, con educación y todos esos temas. Eso creo yo”.

¿Qué pasaría, entonces, con los mandos medios y los bajos? “Esos son los que se van a tirar el país. Estamos hablando de más o menos unos 8 a 10 mil guerrilleros. Esa gente es muy mala y muy viva. Donde esto siga así, terminamos peor o muy parecido a Venezuela”.

Una de las soluciones que podría salir de la negociación en Cuba es que los mandos medios y bajos se reintegren a la sociedad, estudien, consigan empleos y ayuden a reparar las regiones que afectaron. Juan Sebastián no está de acuerdo con la posibilidad y dice que “si tuviera la oportunidad de darle trabajo a un exguerrillero no se lo daría ni loco. Hay gente que se lo merece muchísimo más que ellos”.

Pantallazo de publicación compartida por Alejandro en Facebook.

En otra de las entrevistas a jefes guerrilleros, Carlos Chacón escribió que las Farc “no pedirán perdón por matar a niños, ancianos, hombres, mujeres, adolescentes, por mutilar y arrancar las piernas y brazos de campesinos y soldados, no pedirán perdón por segar la esperanza y el amor de madres y causarles un dolor eterno, simplemente explicarían por qué lo hicieron. ¡Malditos terroristas hijos del mismo diablo!”.

Sobre el origen de esa idea, Carlos explica que fue militar durante varios años y combatió con las Farc en las selvas de Cauca y Nariño. “Vi las secuelas de sus atentados terroristas en Mitú, Bojayá, El Billar, Coreguaje, entre otros”, recuerda, y agrega que por esos actos criminales las Farc no están dispuestas a pedir perdón sino que, al contrario, “ellos sacan pecho con lo que hicieron el el Club El Nogal”.

Al preguntarle por qué asegura que no pedirán perdón, Carlos sostiene que “la guerrilla terrorista colombiana está en diálogos con el Gobierno por una única razón: obtener beneficios. ¿Qué beneficios?,  los que más puedan darle. Dinero, puestos políticos, impunidad, tierras, todo aquello que soñaban conseguir por la vía armada pero que después de 50 años se dieron cuenta de que era imposible”.

Esa misma creencia de que las Farc aceptaron el diálogo porque se vieron acorraladas también la compartió Alejandro Correa. Su comentario inicial fue “Basura hijueputa de Estado alcahuete y flojo. En vez de exterminar a estas ratas de mierda”. A Alejandro las Farc le asesinaron a su padre y a su hermano “por negarse a entrar a sus filas”. Tuvo que desplazarse con el resto de su familia y dice que la violencia lo persiguió de ahí en adelante.

Supone que quienes le mataron a sus familiares ya murieron y dice que “meterlos a una cárcel no resucitaría a los miles de personas que han asesinado”. Explicó que, si la guerrilla dejara las armas y contribuyera al progreso del país, “estaría bien que los indultaran a todos”. Pero aseguró que no cree que eso sea lo que esté pasando.

Cuando le propuse discutir sus argumentos, dijo que de nada serviría la opinión de quienes están en desacuerdo con el proceso. Sin embargo, aceptó decir lo que le parece “insoportable”: “Si Colombia hubiese seguido con la política de seguridad, las Farc hubiesen tenido que rendirse o sufrir desintegración total […] Buscaron “negociar” porque se vieron perdidos, tranquilamente se hubiera seguido negociando mientras se combatían bajo los acuerdos humanitarios de guerra”.

Además, matizó el indulto del que había hablado antes: “sin poder político, pues es claro que no están en capacidad, ni tienen la humanidad y humildad para hacerlo. Son incapaces hasta de pedir perdón por las barbaries cometidas”. Y concluyó que “por esto y por más preferiría coger las armas en vez de entregarles el país a semejantes psicópatas”.

Entre ellos cinco, ninguno mencionó los puntos que realmente se han acordado hasta ahora con las Farc. Cuando les pregunté si compartían algunas de las propuestas que allí están consignadas (en los puntos de agro, drogas, víctimas, etc.), insistieron en desestimar los diálogos en su totalidad. Solo Fernando aceptó no conocer bien el contenido de los acuerdos y pidió que se los enviara y, en lo posible, que se los explicara.

Los argumentos de los demás para el rechazo son dos. Uno que parece muy radical y otro que podría variar. El primero es condenar la negociación porque, más que una justicia orientada a reparar a las víctimas, piden un castigo equivalente a los delitos que cometieron. El segundo se basa en desconfiar porque no reconocen gestos sinceros de parte de las Farc. No importa que se les recuerde que el último año ha sido el de menor intensidad en la historia del conflicto, y que eso se debe al desescalamiento de la violencia por parte de esa guerrilla. Se fijan más en los discursos de las Farc: cuando esquivan el perdón, cuando no reconocen sus errores, cuando manipulan el lenguaje para acomodar situaciones, cuando descargan toda la responsabilidad sobre el Estado.

Dentro de las discusiones en las que se basa este texto, varios sugirieron que estarían dispuestos a aceptar el proceso “si la guerrilla aceptara sin ambigüedades su responsabilidad” y “mostraran una intención honesta por cambiar las cosas”.