Así transcurrió la jornada del Paro Nacional del 21 de noviembre. La jornada fue pacífica salvo algunos hechos de violencia en zonas puntuales de Bogotá. Al final, el ruido de las cacerolas lo cerró todo con un hermoso broche de teflón.
Comenzamos a contar esta historia desde el final. Todo lo que leerán a continuación pasó el 21 de noviembre de 2019 en Colombia.
7:30 p.m. En algún lugar de La Macarena, en Bogotá, una cacerola empezó a sonar. ‘Tac, tac, tac, tac’. El sonido fue creciendo como un efecto dominó que se extendió por toda la ciudad. Lo que a esta hora arrancaba cerca al centro de Bogotá, se tardó en llegar unos 15 minutos a Chapinero y al rededor de una hora a barrios mucho más al norte como Cedritos y Colina Campestre. ‘Tac, tac, tac, tac’ y los carros que pasaban cerca se unían con el pito: era el sonido de la insatisfacción de la gente con el gobierno.
Era una muestra, de la más grande belleza, de la protesta pacífica que avanzó a lo largo de todo el día y que para entonces ya parecía ser inexistente frente a los actos de violencia que los noticieros mostraron en Suba, en la Universidad Nacional, en el centro y en Cali también.
El eco del metal reivindicó lo mejor de toda la jornada, un sonido hermoso acompañado por gente sonriente en la calle, en las ventanas y en los balcones. El cacerolazo fue también un sonido insoportable para quienes nunca estuvieron de acuerdo con el Paro Nacional. El paro había llegado a sus casas. Así se oía, así vibraba. A veces el espíritu de la democracia se manifiesta de maneras extrañas.
10:10 p.m. El presidente Iván Duque aparece en televisión nacional para dar un discurso centrado en el rechazo de violencia. Un discurso de palabras vacías, como se está volviendo usual, de tres o cuatro frases de cajón sin ningún anclaje en el mundo real. Habló de un gobierno que los oye a todos, pero no pareció ni ver las imágenes multitudinarias de las marchas por toda Colombia, ni oír la cacerolas. Fue un discurso evidentemente preconcebido, que no marcaba ninguna reacción concreta. Duque, una vez más, parecía mirando a la luna.
Ya para entonces la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, había dicho que en todo el país se habían manifestado 207.000 personas quién sabe basada en qué sistema inteligente de conteo de masas. Pero ya en las redes se había visto la real magnitud de la manifestación. Todavía no sabemos cuál es el conteo oficial de los golpes de cacerola que se extendieron por las horas nocturnas.
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9:00 a.m. La Plaza de Bolívar está despejada. La escena es cotidiana: los turistas en sus recorridos guiados, las vendedoras de arroz en frente de las palomas, como siempre; un grupo de mujeres hace un círculo, prenden palo santo e incienso para una limpieza espiritual antes de la protesta. Los transeúntes desprevenidos se fijan en ellas, les toman fotos. Ellas caminan, rodean la plaza con el palo santo en las manos. “Nadie nos va a decir cómo debe ser el feminismo”, nos dijo una de ellas. En el fondo sonaba, en la tarima de algún sindicato, música de Doctor Krápula que no llamó mucho la atención, la verdad.
10:00 a.m. Todos los edificios tienen polisombras: la Alcaldía, el Palacio de Justicia, el Congreso. La estatua de Simón Bolívar también está protegida. Un tipo canoso pasa en una bicicleta, se detiene y nos dice: “¿esto parece una obra de teatro, no? Como si el gobierno se pusiera de acuerdo con la gente para hacer un escenario así y definir, desde antes, un desenlace”. Dio un pedalazo y se fue. Caminamos hacia el círculo de mujeres. En la plaza está Juan Diego Alvira, de Caracol Televisión. Un joven le dice: “Ustedes no publican nada de lo que nosotros decimos”. “¿Usted cree que no”? , responde Alvira. “No”, le dicen tres personas. El periodista se queda callado y da la vuelta. Este episodio abre una discusión entre un hombre que acompaña a Alvira y una señora.
– Escuche, señora. El problema de este país son Petro y Uribe.
– No, el problema es que yo me gano menos del mínimo, vivo en Patio Bonito y no he pagado la luz y por eso el yogur se me dañó anoche. Ese es el problema
– Pero señora….
– No me diga nada, yo quiero que el salario mínimo sea de dos millones de pesos.
– Eso es imposible. Así no se sostiene ningún Estado.
– ¿Y con todo lo que se roban?
Interrumpe una mujer joven. “Señora, no le haga caso, los que tienen plata nunca van a entender lo que usted o yo vivimos”.
11:00 a.m. Con uno de nuestros grupos de ¡Pacifista! entramos al Congreso. Vamos a la terraza para grabar toda la jornada. “Tienen todo el derecho a protestar pacíficamente”, nos dice un agente de la policía que nos acompaña a la terraza. “Y ustedes informen, es su derecho. Para nosotros lo mejor es que todo esté tranquilo, aunque no creo”. A la Plaza comienzan a llegar los sindicatos de trabajadores, con los pitos de siempre, con las arengas de siempre: “Uribe, paraco, el pueblo está verraco”. En el suelo extendieron un gran letrero: “El pueblo es superior a sus dirigentes”. Todo, parece, será como otras marchas anteriores.
12:00 p.m. Los periodistas de Caracol Televisión y Blu Radio nos acompañan. “A las 4 todo se jode, va a ver”, nos dice uno de los camarógrafos. “Pues sería lo justo”, dice un policía. Quedamos desconcertados con el comentario. ¿Cómo así?, le pregunto. “Hermano”, me dice en voz baja, “así si escucha el gobierno”. Y no, no era una marcha cualquiera por la séptima. Detrás de los sindicatos llegaron grupos inmensos de jóvenes y viejos clamando por la paz. “Sin violencia”, decían. En la tarima, varias personas tomaron el micrófono para decirle a Duque por qué estaban ahí: no a la reforma pensional, no a la reforma laboral, no a la disminución de recursos para la educación, no a la guerra, sí a la implementación del Acuerdo de Paz.
12:30 p.m. Un grupo de personas, señores mayores y jóvenes, caminan hacia el Parque Nacional caminan con narices de cerdo y haciendo “oinc, oinc, oinc, oinc”. La referencia no necesita mucha explicación pero sí alcanza para hacernos cuestionar sobre lo interiorizada que podemos tener la violencia contra los animales. Más allá de la caricatura, ¿alguna vez nos hemos preguntado por qué parecerse a un cerdo es algo malo? O Eventualmente: ¿Por qué decirle cerdo a alguien es un insulto? Nos cuestionaríamos eso más tarde también, cuando grupos de manifestantes le gritaban cerdos a los agentes del Esmad en la Plaza de Bolívar.
1:00 p.m. En la plaza llueve. La gente grita que Uribe es un paraco. De repente llegan las barras de fútbol de Nacional, Millonarios y Bucaramanga. Sí, Bucaramanga, el equipo leopardo. Es una marcha diversa, por obvio que suene, por donde se mire. Un listado de los líderes sociales asesinados, impreso en un tamaño enorme, llama la atención de todos los asistentes. “Fuera Duque”, “fuera Duque”. Un loop de una hora.
2:00 p.m. “Por ahora todo tranquilo, están en su derecho”, dice el señor agente de la Policía. Miren eso, nos dice una periodista. En una de las polisombras que rodea la estatua alguien escribió “¿Quién dio la orden de los falsos positivos?”. Este, se escucharía en la tarima, “tiene que ser un paro indefinido. La marcha debe seguir a pesar de la lluvia”. La gente grita que sí, que está dispuesta, que sigan las canciones, las arengas. Todo tranquilo.
2:30 p.m. La concentración de personas se extiende más allá de la Plaza de Bolívar. Por la carrera Séptima la gente baila, suena la música de comparsas esporádicas y todos parecen quererse con todos. Lo mejor de las manifestaciones es esa suerte de amor basado en la alteridad que solo aparece cuando tenemos ocasión de reunirnos. ¿Qué pasaría si tuviera al lado a alguien que piensa opuestamente diferente a mí, aquí y ahora? Tal vez tengo mucha ganas de decirle que no importa, que cada quien defiende lo que considera justo y que lo puedo abrazar con la misma fuerza con la que abrazo a alguien que piensa como yo. La marcha es euforia, nos aleja de la desconfianza en el otro y nos recuerda al grupo Niche: Qué cosas bonitas, que con los ojos no vemos. Y que por dentro llevamos, pero no lo sabemos.
Antes de la entrada a la plaza, un grupo de Policías hacen guardia con sus escudos transparentes. La gente les toma fotos porque la única mujer del grupo tiene un puñado de flores rojas en la mano. El símbolo es poderoso, pero no deja de preguntarse una por qué tiene que ser la mujer la que lleve las flores. ¿Por qué? La marcha también nos hace pensar que los buenos gestos pueden mejorar en su heteronormatividad y en el refuerzo de actitudes patriarcales. Un agente no es menos hombre por llevar flores, reflexionemos al respecto. Y si fueron los manifestantes quienes inconscientemente se las dieron a ella, también.
3:00 p.m. Se está llenando la plaza. Algunas personas quitaron las polisombras. Simón Bolívar sostiene a un Iván Duque de cartón y con cara de cerdo. Se toman la estatua. Comienzan a pintar las paredes: “Fuera Duque, fuera Duque, fuera Duque…”. A las 3:30 suena el himno nacional. La gente siente una efervescencia. Sale el sol. Dos policías hablan al lado de nosotros: “Se está complicando esto intendente”. “Yo no creo que pase nada, sino pues se les tira una granada y ya”, le responde sin saber, quizás, que estamos escuchándolo. Van a ser las cuatro. Suena una bomba molotov.
4:00 p.m. “Se putió”, dice el amigo de Blu Radio. Suena pólvora. No se ha putiado. Sigue sonando pólvora. Se ven grafitis, más grafitis. En la esquina de la Alcaldía unos encapuchados quitan la polisombra y comienzan a tirarles botellas al Esmad. “Todo iba tan bien…”, dice el agente de la Policía. Ahora sí, todo parece putiarse.
Momento.
Un grupo de jóvenes se paran en frente del Esmad y les dicen a los encapuchados NO, no más violencia. Que no. Que no. Los encapuchados les tiran botellas. Tratan de meterse a la Alcaldía. Listo, el primer gas lacrimógeno. Así se va diluyendo la fantasía del 21M en la Plaza de Bolívar durante varios días. “¡Sin violencia!”, grita la gente. “¡Sin violencia!”. No son más los encapuchados, sin duda. De hecho no son más de 30 o 40 personas frente a miles que están en la plaza. Pero ellos lograron tirar las piedras y las botellas. Lograron provocar al Esmad. “Y cuando eso pasa, viejito, pues ya todo se vuelve confrontación”, dice el agente de la Policía en la azotea.
El Esmad tiró gases lacrimógenos por toda la plaza. Arriba, los privilegiados, también lloraban y buscaban tapabocas. Bueno, los policías tenían su propia leche de magnesia. De un momento a otro, 10 encapuchados tumbaron las vallas de protección del congreso. ¡Se metieron!, ¡Se metieron!, ¡Grabe todo eso hermano!, nos dijo un policía. Sí, los encapuchados tumbaron las vallas y comenzaron tirarles piedras a la policía. Uno de ellos entró a la plazoleta central del congreso, miró hacia arriba. Estábamos los dos periodistas de ¡Pacifista! con el policía que nos acompañaba. Nos tiró piedras con odio. Las piedras no llegaban. Nosotros mirábamos. La policía se resguardó, rompió el vidrio para sacar la manguera de agua y los alejó.
Nunca habíamos estado del lado de la Policía. ¿Por qué alguien que no nos conoce nos ataca así? Sentir eso es extraño. Da rabia. También genera reflexiones. Hermano, le diría yo al encapuchado, nuestra vida no es tan distinta, probablemente sufrimos problemas parecidos por la EPS, por la porquería del Transmilenio. Estamos parados en una institución que representa el poder y que usted quiere atacar, eso lo entendemos, pero hablemos. Es decir, ese policía que nos acompañaba nos decía antes que él también quería un cambio en el país, que estaba mamado. ¿Por qué establecemos unas distancias tan arbitrarias los unos de los otros? ¿Por qué la única manera de relacionarse con el otro es con piedras o con gases lacrimógenos? ¿Por qué tenemos que deshumanizar al otro hasta el extremo de creer que su vida no vale nada? Eso lo pensé tanto para el encapuchado como para el policía que dijo lo de la granada. Esos impulsos violentos que nos quitan cualquier sentido de virtud.
5:00 p.m. Exceso. Así se puede definir esa hora. El Esmad alejó a todos los manifestantes de la plaza con gases lacrimógeno. A todos. Trajeron el tanque y con un chorro de agua potente tiraron a gente que no estaba haciendo nada al suelo. Ahí ya se vio algo de sevicia. Los encapuchados ya no estaban. Simplemente querían dejar la plaza sin una sola persona. Tres o cuatro personas levantaron las manos en son de paz. Un hombre hizo malabares con pinos de bolos hasta el final. Tranquilo, respirando gas lacrimógeno pero haciendo malabares. Alguien más alzaba un cartel por la paz. Lástima que la cámara no diera hasta allá. Lástima que cuando bajamos el Esmad los había obligado a salir.
6:00 p.m. La Plaza está vacía. La fantasía de que fuera como el 15 M de Madrid se esfumó. En los alrededores se seguían escuchando los estruendos de los gases lacrimógenos. Salimos. Caminamos hacia la décima. Estaban quemando algo en la mitad de una calle. El Esmad estaba provocando a la gente, lo vimos. También vimos jóvenes tirados en el suelo, esposados. Transmilenio cerrado. No había taxis, no había nada, todo desolador. El Esmad comenzó a sentirse dueño de las calles. Tuvimos que salir cuanto antes por los equipos.
Medellín
A las 11 de la mañana, hora convocada para la concentración, el parque de las luces desbordaba gente hacia todos los extremos. Banderas de Colombia y de Antioquía, pancartas en contra del gobierno y a favor de la educación.
Pasadas las 11 la movilización se empezó a desplazar por la Avenida Carabobo hacia el sur. En un momento los manifestantes empezaron a corear: “sin capucha, sin capucha, sin capucha”.
Los comercios están a medio abrir, esto es: algunos han abierto y esos tienen la mitad de la clientela. Los comensales miran desde su mesa a quienes caminan y cantan.
12:00 y el sol paisa corona el Paro. Un helicóptero de la policia sobre vuela con constancia la ciudad. ¿Cuándo desacostumbraremos nuestros oídos a ese ruido?
Hay muy pocos taxis, algunas motos se meten por entre la gente que camina paralela a Carabobo sobre la carrera 51 hacia el sur.
Por Carabobo, donde va la marcha suenan tambores y gaitas.
A las 12:14 los estudiantes llevan la batuta.
—Qué hijueputa calor, que hijueputa calor, pero más hijueputa es el presidente de la nación.
La movilización voltea para el oriente hasta la avenida El Poblado y de devuelve hacia el centro.
— Parce, cuanta gente habrá salido
— Muuuuuucha
— Sí o qué
— Mucha, mucha, mucha m—el hijueputa de Fico salió a decir diszque salieron 20.000 personas
— Ahhhh, JAJAJAJAJAJA
— Parce, mínimo hoy 100.000
Sobre el puente de la avenida El Poblado con la 33, la gente empieza a mirar hacia atrás, algunos se suben sobre el separador de la calle: la multitud no tiene fin. Desde esta altura se puede ver hacia adelante y hacia atrás la magnitud de la movilización.
—Dizque 20.000…
Sobre las 3:00 p.m., mientras los manifestantes toman una pausa para almorzar, los televisores que proyectan Teleantioquia muestran a dos señores, árbol de navidad en segundo plano, mientras arman ellas adornos navideños. Nada de las movilizaciones. En Facebook Uribe se queja porque le cerraron su cuenta en Twitter: había publicado varios teléfonos de sindicalistas y esa red social lo sancionó. Le enjaularon el pajarito.
A las 3:30, la concentración que ha llegado al Parque de los Deseos, se empieza a disgregar con el impulso de la lluvia.
Sobre la tarde todo termina con tranquilidad.
¿Todo terminó?