La encuesta Global Drug Survey acaba de publicar sus más recientes resultados. Los consumidores de cocaína estarían dispuestos a pagar de más por un producto libre de crimen.
Cocaine is
a serious drug
-Anthony Mills-
Especulación
En este momento me estoy comiendo de un paquete de papas fritas con sabor a mayonesa.
Son pésimas para el bolsillo y buenísimas para taponarme las arterias.
Me encantan y hasta cierto punto se podría decir que me envician.
¿Cómo llegaron estas papas fritas hasta aquí? ¿Cuál fue la cadena de producción (y distribución) que hizo posible que estas papas fritas llegaran a untar de grasa mis dedos de la mano izquierda?
Las papas las consigo en la tienda de la esquina. 105 gramos de carbohidratos y grasas trans me cuestan 3.500 pesos.
¿Estaría dispuesto a pagar –me pregunto– más por esas papas? No sé: ya de entrada las papas me parecen excesivamente caras. ¿Estaría dispuesto a pagar más por las papas si supiera que en la cadena de producción esas papas están hechas sin violencia? ¿Si supiera que hay buenos tratos laborales de por medio? ¿Que los dueños de la fábrica de papas no se amangualan con otros fabricantes de papas para fijar los precios de sus alimentos?
Sigo sin saberlo.
¿Qué pasaría ahora –pensemos– si de un momento a otro los gobiernos del mundo, y por tanto el nuestro, decidieran prohibir, por razones de salud, las papas fritas de paquete? ¿Si las declarara ilegales?
¿Qué pasaría con los asiduos consumidores de grasas y de azúcares como yo? ¿A qué tienda tendríamos que recurrir para conseguir nuestro apetecido producto seboso?
Por razones económicas, cuando una mercancía se prohíbe, su precio tiende a subir.
¿Por qué?
Por el costo de la ilegalidad: al precio de la mercancía se le añade el costo de tener que producir, traficar y comerciar esa mercancía bajo la mirada inquisitiva de la ley. ¿Estaría dispuesto yo a pagar un alto precio por mis ahora papas clandestinas?
No lo sé.
Sé, sí, que esas papas son un veneno muy sabroso. ¿Por qué no quieren dejarnos morir a nuestro modo?
Meollo I: la prohibición
La más reciente caricatura de Antonio Caballero pone –como siempre Caballero– el dedo en la llaga del meollo del asunto:
Dice, sentado en su sillón de cuero, el gentleman de la alta sociedad bogotana, whiskey en mano:
—El problema de la sustitución de los cultivos ilícitos es facilísimo…hay que declararlos lícitos.
El problema con el narcotráfico, dice la caricatura, repitiendo el repetido argumento de su autor, es la ilegalidad de las drogas.
En 1971, Nixon da una rueda de prensa luego de reunirse con los líderes de los partidos Republicano y Demócrata. Dice, frente a las cámaras y frene al público gringo en TV –frente al mundo entero–, que el enemigo público número uno de los Estados Unidos no es otro que el abuso de drogas.
Con esa fecha se podría datar el nacimiento de la llamada guerra contra las drogas –que se sigue librando hoy. Un guerra que no hizo nada más que continuar con una política prohibicionista –abanderada siempre por EEUU– y que en 1914 ya había emitido el Harrison Narcotics Tax Act: una ley federal gringa que regulaba y tasaba los productos derivados de la coca y de los opiáceos. Y que técnicamente declaraba ilegal la distribución y el uso de estos productos.
No deja de resultar curioso cómo una decisión de Estado genera inmediatamente una economía paralela; una economía alterna que funciona por fuera de los circuitos de la legalidad pero que no por eso deja de funcionar y que se levanta –esa economía ilegal– como la enemiga contra la que justamente se está intentando luchar en primer lugar.
El policía crea al criminal para poder perseguirlo.
No han sido pocas las figuras públicas ni los organismos internacionales que han salido a señalar lo perjudicial de esta guerra. Lo perjudicial para los países productores, para las personas que pertenecen a lo más bajo de la cadena de producción.
“La verdadera discusión” dice Rodrigo Uprimny de Dejusticia “es si las convenciones son la fuente del llamado ‘problema de las drogas’, pues la prohibición ha creado un mercado ilegal muy lucrativo, controlado por las mafias del narcotráfico, y además ha marginalizado y causado mayores daños a los usuarios”.
Meollo II: el relato
La prohibición ha servido, en cierta medida, como relato cohesionador. Hace pocos días, el historiador Yuval Harari, publicó en el New York Times (absténganse de leer las senadoras de ciertos partidos de derecha) titulado ¿Por qué la ficción triunfa sobre la verdad?
Harari explica que la ficción tiene ciertas ventajas sobre la verdad a la hora de unir a las personas. Una de ellas tiene que ver con el hecho de que la verdad suele ser perturbadora y dolorosa. Por eso los políticos no suelen hablar con la verdad, no les conviene. “De ahí que quien se apegue a la realidad pura tiene pocos seguidores” dice Harari.
¿Cuál es la ‘dolorosa verdad’ que oculta la idea de la prohibición?
Sencillo: que el consumo de drogas va a existir independientemente de que se prohíban o no las drogas. La verdad que se quiere tapar con un dedo es el hecho de que un mundo libre de drogas –al menos un mundo capitalista– es imposible. (La droga, decía William Burroughs, es la mercancía más funcional al capitalismo. Una mercancía que crea a sus propios consumidores. La mercancía perfecta).
La idea de la lucha contra las drogas fue funcional al gobierno gringo cuando el enemigo dejó de ser la Unión Soviética. Bajo la idea de la guerra contra las drogas se han intervenido países (Panamá) y se han apoyado luchas contrainsurgentes (Colombia).
A nivel doméstico, la lucha contra las drogas disparó el número de presos en las cárceles de EEUU. La organización de derechos humanos Human Rights Watch ha dicho que esa política ha aumentado considerablemente la tasa de encarcelamiento de la población afroamericana.
En 2016 la revista Harper’s publicó una declaración de John Ehrlichman, quien fuera la mano derecha de Nixon en la implementación de la guerra contra las drogas. Ehrlichman explicaba que Nixon tenía dos enemigos: la izquierda que se oponía a la guerra de Vietnam, y los negros. Como no se los podía condenar ni por ser negros ni por protestar pacíficamente contra la guerra, el gobierno decidió “asociar a los ‘hippies’ con la marihuana y a los negros con la heroína, y criminalizar ambas cosas”. Y preguntaba: “¿Que si sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Claro que sí”, respondía Ehrlichman.
Esta anécdota la reseña Antonio Caballero quien en otra columna refiriéndose al mismo tema, decía: “Por qué se perpetúa esta guerra artificial, creada de un plumazo con la ilegalización de la droga y que podría acabarse de un plumazo: legalizando la droga. Como se acabó de un plumazo, legalizando el alcohol, la guerra contra el alcohol en los Estados Unidos, igualmente artificial, igualmente nefasta, igualmente creada por el plumazo de la prohibición”.
La coyuntura: ¿consumidores consientes?
¿Por qué es relevante (nuevamente y por enésima vez) este texto? ¿Qué hace actual esta nota periodística? O mejor: ¿qué hace periodística esta nota?
Hace poco menos de un mes se publicaron los resultados de la Global Drug Survey 2019, la encuesta sobre consumo de drogas más grande en el mundo. Cerca de 123.000 personas participaron en esta encuesta, hecha en nueve idiomas y en 30 países, que arrojó interesante resultados.
La encuesta también se hizo en Colombia –contó con cerca de 1.100 participantes– y fue realizada por la Corporación Acción Técnica Social (ATS). En relación a la cocaína un 62,1% respondió que había consumido cocaína al menos una vez en su vida. Muy por encima del 42,9% a nivel mundial que respondió afirmativamente. (Lea el estudio completo acá).
Uno de los datos más notables que arrojó la encuesta fue el siguiente: hubo un grupo seleccionado en la encuesta que respondió al tema de “mercado justo de cocaína”. Sólo el 16,7% de los encuestados se opuso a que hubiera, a nivel mundial, un mercado justo, legal y regularizado alrededor de la cocaína.
Y, entre esos que respondieron afirmativamente, el 62,2% estaría dispuesto a pagar más por el producto con tal de que ese producto venga de un mercado legal y justo. (Hay que recordar que un gramo de cocaína, en el mercado europeo, ronda los 80 euros, siendo una de las drogas más costosas del mercado).
Para los analistas Adam Winstock, Zara Snapp y Julian Quintero, autores del informe La mayoría de los consumidores de cocaína apoyan un comercio justo y estarían dispuestos a pagar más. ¿Cuánto dinero está perdiendo Colombia?, si uno se fija en el mercado legal de la marihuana en Estados Unidos, está claro que hay un argumento –incluso difícil de contrarrestar para un gobierno anclado en una política antidrogas–: el argumento del dinero.
El beneficio en un gramo de cocaína –dice la encuesta– desde la producción en Colombia hasta el punto de venta en los Estados Unidos o la Unión Europea es superior al 30,000%.
Pero ese dinero no suele llegar hasta los eslabones más bajos de la cadena de producción. Y no se distribuye equitativamente en programas locales de salud, de educación y programas sociales dentro de los países productores y consumidores.
La encuesta arroja ese número: más de la mitad de consumidores regulares de cocaína estarían dispuestos a pagar de más por su producto con tal de que este producto no viniera manachado de sangre.
Pero habría que pensar, entonces, si la cocaína fuera un producto legal, ¿por qué tendrían que pagar sus consumidores un precio más alto del que de hecho pagan ahora?
Es decir, si la cocaína fuera legal –que no lo es, y los aliens del futuro se reirán de la torpeza de nuestra democracia–, ¿no se reducirían considerablemente sus precios –en la medida los productores, traficantes y comerciantes ya no estarían asumiendo el costo de la ilegalidad? ¿el costo de la prohibición?
Dos párrafos de ficción
Érase una vez un joven que se iba de fiesta. Antes de llegar al lugar del agasajo paró en el supermercado de la esquina a comprarse una botella de aguardiente, unos cigarrillos y una caja personal de cocaína. Pagó con un billete de 50, recibió las vueltas y siguió rumbo a la fiesta.
Tomaría mucho trago, fumaría muchos cigarrillos, esnifaría mucha cocaína. El día siguiente, domingo, lo tendría para descansar el cuerpo: ya vendría el lunes y con él de vuelta a su rutina, al trabajo, al círculo vicioso de la vida en el siglo XXI. Etcétera.
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Santiago aparece por acá.