Un año del atentado del ELN en Barranquilla: estas son las secuelas de la guerra | ¡PACIFISTA!
Un año del atentado del ELN en Barranquilla: estas son las secuelas de la guerra Homenaje a los patrulleros asesinados en Barranquilla. Foto: El Espectador
Leer

Un año del atentado del ELN en Barranquilla: estas son las secuelas de la guerra

Colaborador ¡Pacifista! - enero 28, 2019

Un año después del atentado, los policías sobrevivientes denuncian lentitud en las EPS y falta de garantías para regresar a sus trabajos.

Compartir

Por: Andrea Jiménez Jiménez 

Carlos* es un policía con miedo. Un policía que carga con eso que, han —hemos— dicho, no debería tener.

Fue por eso que, en la primera llamada que le hice para concertar una cita, me mintió sobre sus horarios. “Claro, estoy en la oficina hasta las 9 de la noche”. Pero solo estaba hasta las 6.

Fue el miedo el que le hizo dejar de contestar las llamadas y mensajes que le envié durante dos días seguidos. Solo le escuché la voz al tercero, cuando ya había reconocido su temor a las represalias que podrían desencadenarse por contarme su historia, exactamente un año después de haber sobrevivido a la descarga de dos explosivos de  alta potencia que estallaron en un patio en el que nunca debió haber formado. Ni él ni los más de 50 policías que lo acompañaban.

“El sábado 27 de enero (de 2018) llegué temprano a la Estación San José, como siempre lo hacía. Llegué a las 6:20 de la mañana, reclamé mi dotación, mis implementos para el servicio, y me disponía a formar acá, como siempre lo hacíamos”, cuenta el patrullero mientras señala el lugar del atentado, una manzana compuesta por una cancha, un PASO (Punto de Atención en Salud Oportuna) y una sede del Sena que fue inaugurada este domingo, exactamente un año después del atentado, con toda la parafernalia del caso.

“El tiempo exacto no te lo puedo decir porque no lo recuerdo. Si no estoy mal, llevábamos tres años sin estación. La estación de nosotros estaba ubicada en la 70 con 50, en El Prado. Por remodelación de la Policía, nos sacaron, y provisionalmente nos mandaron para acá. Esto no estaba como se encuentra hoy: ni la seguridad, ni nada por el estilo”.

Lo dice porque esta mañana de domingo, en plena celebración de la misa que rinde tributo a los seis uniformados muertos en el atentado más grande que haya perpetrado la guerrilla del ELN en Barranquilla, nada es como hace 365 días: hay miembros de los Grupos Operativos Especiales de Seguridad (GOES) con sendas armas escoltando el evento, seguridad por montón por la presencia de los altos funcionarios de la ciudad, una corona de flores por cada uno de los policías caídos y racimos de globos blancos patrocinados por una empresa aseguradora que se acaban de elevar al cielo.

Foto: Andrea Jiménez

 

Así que si hubieran formado como –donde- era debido, si los protocolos de seguridad hubieran sido recordados, si las alarmas de emergencia se hubieran activado a tiempo, si el sistema no hubiera fallado… Tal vez Camilo Bellón, el sindicado autor material del atentado, no se habría salido con la suya, y Carlos no tendría que estar ahora allí, a un lado, rezagado de la eucaristía que honra a sus seis compañeros muertos, y su vida misma, sí se quiere. A punto de llorar, junto a los demás sobrevivientes, porque a la Policía se le olvidó disponer sillas para que ellos y sus familias pudieran sentirse parte de todo esto, porque lo son.

“Siempre formábamos ahí. Como la Policía se inventa tantas cosas, llegó un tiempo en el que dijeron que teníamos que formar en los parques. No solamente formábamos aquí, sino en el Parque de los Enamorados, en el barrio Villanueva, en el parque Suri Salcedo, en todos los parques de la jurisdicción Centro Histórico. Hace tres años no teníamos nada, era a la intemperie, no había seguridad. Recibíamos ahí las consignas del superior sobre los temas a tratar en la vigilancia. Se vuelve rutina. Cuando nos pasa eso…”.

A las 6:30 de la mañana, hora a la que comenzaba la formación, el Teniente Pérez, comandante de la Estación Centro Histórico, entregaba las consignas del día. Diez minutos después, a las 6:40, una nube blanca se levantó sobre todos, y es lo que más recuerda Carlos. “Cuando medio bajó la nube, reaccioné. Vi a mi compañero caído, a Cano. A López, tendido boca abajo, sin una pierna. A Márquez le vi un hueco en la garganta. A Echeverría. Se me olvidó todo, caí al suelo. Cuando me desperté, estaba ya en la Clínica Murillo”.

Ahí comenzó este año de los hospitales, clínicas y especialistas. Y negligencia. Hipoacusia bilateral y politraumatismos fue el primer diagnóstico del patrullero, quien fue trasladado e internado durante cinco días en una clínica de mayor complejidad, debido al infarto que había presentado cinco años antes. Llegaron las promesas de celeridad en los procesos médicos y tratamientos, y los dolores de cabeza que aún no se han ido, por los que pidió ser tratado por un médico otorrino, al que solo ha visto una vez desde el atentado: el 9 de enero pasado, casi un año después de la explosión, luego de meses detrás de una solicitud.

Dice Carlos que una de las astillas de metralla que detonó ese sábado en el barrio San José se le fue a incrustar en la rodilla. Le duele y el dolor no se va. Va una y otra vez a la Clínica de la Policía, en Barranquilla, buscando respuesta y solución a su malestar. Los médicos, allá, insisten en que no tiene nada, y el repiten que “solo va a buscar incapacidad”. Así que, como muchos otros compañeros que recibieron la descarga explosiva esa mañana, se hace ver de especialistas particulares cuyo diagnóstico es diametralmente opuesto al que se saben de memoria los doctores del centro policial.

– El año pasado no pude concursar a subintendente por el problema que me pasó.

– ¿O sea que no va a poder ascender?

-Hasta que no me hagan la Junta Médica, no.

-Por eso lo cambiaron de cargo…

-Me sacaron de la vigilancia, ahora estoy en la parte administrativa. En una oficina. Lo tengo así porque manejos restricciones del psiquiatra. No puedo portar armamento. Tampoco lo quiero hacer. Mi forma de vida cambió mucho.

-¿Se quisiera ir de la Policía?

-Sí, sí.

-¿Qué le gustaría hacer?

-Hay muchas cosas que hacer en la calle. Cuando digo muchas cosas que hacer en la calle, son las cosas buenas, no las cosas malas. Te puedo hablar con rencor, te puedo hablar con odio, se puede sentir así, pero es la verdad.

-¿Cuántos años tiene?

-Tengo 34 años.

-¿Y tiene hijos?

-Sí, tengo dos hijos… Y hoy es un día que nunca se me va a olvidar. Hoy cumple años mi mamá.

-¿Y su esposa qué le dice?

-Mi esposa me aguanta mucho. Ha cambiado mucho mi forma de ser, peleo en la casa. He tenido muchos inconvenientes por mi forma de ser.

Esa nueva “forma de ser” es la que lo mantuvo alejado casi todo este año de su tierra natal, a la que no quería volver para no tener que enfrentar las preguntas de los familiares y amigos cercanos, hasta curiosos, sobre el atentado que lo tuvo sin trabajar siete meses, luego de 11 años consecutivos uniformándose. “Retomé a trabajar porque, según el grupo de la trabajadora social, el psiquiatra y un médico, nos inculcaban que teníamos que volver a trabajar para que se nos despejara la mente. Cuando dijeron eso, les dice una pregunta: ¿Ustedes creen que colocándome el uniforme me voy a sentir mejor o respaldado por algo que puede que me vuelva a pasar?”

-¿Y usted cree que le va a volver a pasar?

-Sí. Me da mucho miedo.

-¿Y cuando vio la noticia de Bogotá…?

-Estaba trabajando. En mi oficina había una reunión y salió un señor oficial y dijo: “¡Ponga el noticiero!”. Prendí el televisor. Cuando miro eso me da de todo. Retrocedo otra vez y vivo el momento. Mi esposa enseguida me llamó, yo no quise contestar porque me sentía mal. Me escribió al WhatsApp y le dije: “sí, ya vi, pero yo no quiero hablar de eso”. Me fui a la cafetería y a todo el mundo que me preguntaba yo lo evadía (…)

-¿Lo que tiene tatuado es el nombre de su mamá?

-Sí, y tengo otro. Es un ángel con unas espinas y un reloj.

-¿Por qué un reloj?

-Por la hora.

-¿Y qué hora marca?

-Las 6:40

*Nombre cambiado por petición de la fuente