Gonzalo Sánchez lleva décadas estudiando el conflicto y la violencia en Colombia. Hablamos con él sobre los retos para la memoria de cara a un posacuerdo.
Una trayectoria entregada al conflicto armado. Así podría resumirse el trabajo del investigador Gonzalo Sánchez, quien desde el 2011 dirige el Centro Nacional de Memoria Histórica. Su pluma y sus análisis se han convertido en un referente para entender la guerra. Además, se ha preocupado por indagar en las consecuencias sociales de esta violencia sostenida. Entre 2007 y 2010 fue el director del Grupo de Memoria Histórica, que elaboró 17 informes alrededor de la memoria y el conflicto. Estudios que, dicho sea de paso, le dan todo el protagonismo a las víctimas.
Conversamos con él sobre lo que ha sido preocuparse por la violencia en un país donde los fusiles nunca han dejado de disparar y las víctimas se multiplican a la velocidad de las balas. De ahí que los retos en un eventual posacuerdo, como prefiere llamar el escenario siguiente a las negociaciones de paz, no sean pocos. Empezando por la construcción de una memoria que no puede ser única ni uniforme.
En las conversaciones de paz en La Habana se pactó la creación de una Comisión de la Verdad. ¿Cuáles son los principales retos de esta iniciativa?
Esta es una comisión que se va a crear cuando supuestamente ya hayamos salido de los nudos gruesos de la violencia, y parte de la necesidad de inventarnos un nuevo país, para que esto no se repita. Si uno pudiera caracterizar el país de hoy, está inmerso en un “pido la palabra”. Todo el mundo quiere hablar porque hay un sensación de exclusión muy grande. Y no solo eso: los colombianos quieren ser escuchados en los sitios simbólicamente más altos. Por eso, para las víctimas se volvió muy importante hablar en la mesa de La Habana.
La sociedad se hace más expectativas de las dimensiones de lo que puede ser acordado y resuelto en Cuba. Y eso es natural cuando se abre un escenario de estos. Todos los grupos de víctimas, de desaparición forzada, los exiliados, de los secuestrados, en fin, empezaron a pedir su comisión de la verdad. Finalmente se llegó a una sola: que genera otro campo de expectativas muy grande. La Comisión de la Verdad será el centro del lugar simbólico, después de la Habana. Su primer reto es: ¿qué es lo nuevo que va a poder hacer?
Los desafíos que tiene son tan complejos como las expectativas que genera. Son solo tres años, no todo el mundo podrá ser escuchado, pero al mismo tiempo hay que responderle a esas voces que sienten que todavía no han sido oídas. Es tremendo. Hay experiencias internaciones de cómo hacerlo, que con audiencias públicas, en las localidades, en las regiones. Aquí ha habido ensayos, como los que organizaron las Naciones Unidas y la Universidad Nacional. Ahora, el Alto Comisionado, Sergio Jaramillo, ha hecho mucho énfasis en que esta Comisión es para el reconocimiento: un lugar donde la gente sienta que su palabra contó.
Si la sociedad colombiana pudiera sentir que su palabra fue escuchada y tenida en cuenta, esa sería la ganancia más grande.
¿Qué tarea no le puede quedar pendiente a esta Comisión de la Verdad?
Si la sociedad colombiana pudiera sentir que su palabra fue escuchada y tenida en cuenta, esa sería la ganancia más grande. El contraste más interesante es entre La Habana como asiento de negociación y la Comisión de la Verdad como el lugar en el que la sociedad toma la palabra. Ahí es donde empezamos a construir el nuevo país que se pactó. El papel enorme de esta comisión es el de la satisfacción de la palabra escuchada. Si el acuerdo va a ser el primer registro simbólico de que pasamos a otro capítulo, la entrega del informe de la Comisión sería el acta de que transitamos hacia una sociedad que maneja el conflicto de otras maneras.
Sin embargo, las expectativas son demasiado altas, no podemos hacernos tantas ilusiones. Los mecanismos para la misma conformación de la comisión son otro reto. Incluso, va a haber temas que se quedarán en el cruce de lo que es tarea del Tribunal de Justicia y la Comisión de la Verdad. El nudo está ahí.
(Vea también: 10 puntos claves sobre la Comisión de la Verdad)
¿Cuál es el papel de la memoria en este escenario?
Aquí lo que nos interesa es que la voz de las víctimas tenga acceso. Cuando tú tienes 7 millones de personas que entran bajo esa categoría de “víctimas” hay un universo de dolores no procesados. La opción del campo de la memoria es poder dar cuenta de eso, sin olvidar las dimensiones estructurales de la violencia.
La sensibilidad hoy está en la búsqueda de sentido de lo que nos ha pasado. ¿Por qué pasa y cómo lo has vivido tú? Eso es lo que escuchamos nosotros con las víctimas hoy. Aquí lo que nos interesa es que su voz tenga acceso. El tema de la memoria impone un sello muy fuerte a la mirada, aunque para las víctimas sea casi obvio porque esta ha sido una sociedad que no las ha escuchado, que no les ha dado espacios para acudir a poner su relato, para sanar sus heridas. El énfasis está en los impactos hoy, en los daños y en la identificación de quiénes son los que han sufrido en este país.
¿Cómo se prepara el Centro Nacional de Memoria Histórica para abordar el posacuerdo?
Nosotros tenemos una vida limitada institucionalmente. Sin embargo, hay cosas que van a perdurar como el Museo Nacional de la Memoria, que si lo ponemos en esos momentos simbólicos estaría después de la Comisión de la Verdad. Será una especie de texto de piedra, donde va haber un relato escrito que no va a estar terminado sino que la sociedad lo va a seguir escribiendo.
Simbólicamente, va a ser también un espacio de lucha por el lugar de “mi palabra”. Eso seguramente se va a llenar de muy diversos contenidos en distintos momentos históricos. ¿Cómo está contado ese relato? ¿Qué peso tiene cada cosa? ¿Qué tan ancha y diversa es la palabra? El Museo es un lugar de permanencia y por eso es tan importante para nosotros en este momento lo que llamamos la construcción social del museo: la escucha de las comunidades, para que eso tenga la mayor amplitud posible.
También va a tener retos complejos: el tema de cómo va a quedar eso contado, si eso va a ser el gran texto pedagógico que va a transmitir la memoria de lo que pasó. Todo el mundo va a estar inquieto por cómo voy a quedar yo en ese texto: los que fueron insurgentes, los que fueron fuerzas estatales, los que financiaron.
¿Y eso no termina interfiriendo con el relato y la memoria?
No, eso hace parte de la memoria porque es múltiple. Así como no hay una sola verdad, no puede haber una única memoria. Lo que va a haber son campos de encuentros o de luchas por la memoria. Lo importante es reconocer de partida que eso es un campo diverso y que no hay que aspirar a que haya una memoria única. Eso sería lo peor que le puede pasar a la sociedad. Tenemos que pasar a reconocer que la diversidad es parte de la naturaleza de los procesos sociales.
Si hay una memoria o una expresión de un verdugo, de un perpetrador, tendrán que ser contextualizadas, porque sino puede haber riesgos de victimización muy fuertes.
¿Cómo hacer que esas memorias diversas sean legítimas ante la sociedad? No pueden entrar con la misma fuerza o con la misma legitimidad las distintas memorias. Yo no puedo poner la voz de un victimario a autoexculparse en un video en el museo. Si hay una memoria o una expresión de un verdugo, de un perpetrador, tendrán que ser contextualizadas, porque puede haber riesgos de victimización muy fuertes.
(Vea también: Las lecciones de los “violentólogos” de 1987 para los de La Habana).
La palabra es central en todo este planteamiento, ¿qué implicaciones tiene desescalar el lenguaje en una sociedad que intenta hacer el tránsito hacia la paz?
Hay que abolir ciertos términos y para eso hay que construir un diccionario del estigma. Nosotros hemos interiorizado durante décadas la palabra terrorista, subversivo, desechable y rata para nombrar a los adversarios que hay que liquidar, por mencionar solo algunos. Es necesario evaluar cómo hemos usado el lenguaje para abordar y nombrar las diferencias, tenemos que construir ese estigma para borrarlo e inventarnos un diccionario de la convivencia social.
Los términos van ganando nuevos sentidos en la medida en que vamos entendiendo que todos los humanos que estamos inmersos en esta sociedad somos sujetos de derechos. Entonces necesitamos la transformación en las categorías como nombramos. Y allí la formación de todo el aparato educativo es esencial. Paradójicamente a estos niños que están creciendo hoy les vienen responsabilidades tremendas, porque ellos son los que van a tener que inventarse esos lenguajes y hacerse responsables de transmitirlos. Esos procesos hay que prenderlos ya y se nos está haciendo tarde.