OPINIÓN: El objetivo del proceso de paz no es desarmar a las Farc, es la ampliación de la democracia.
Por: José Antequera
Dos intelectuales muy promocionados últimamente coinciden en un diagnóstico. Achille Mbembe y Yuval Noah Harari anuncian el fin de la era del humanismo como gran marco de la crisis de la democracia: el quiebre de una larga etapa histórica en la que las disputas ideológicas en el mundo estaban marcadas por la certeza compartida de que las experiencias y los sentimientos humanos eran valiosas fuente de autoridad y sentido. Hay democracia donde esas experiencias y sentimientos sustentan, al menos, la legitimidad de un voto. La tan acelerada revolución científica y tecnológica nos está poniendo a las puertas de una nueva era en la que los seres humanos podemos ser tratados como cualquier otro organismo, no por lo alto de los valores del Siglo XX, sino por lo bajo de la reducción a ser simples algoritmos, con consecuencias aterradoras.
Así se proyecta una gran batalla del Siglo XXI. Se proyecta que seamos algoritmos convencidos del sentido de nuestra existencia por lo que montemos en la red y lo que nos regale una burbuja de validación, bien vigilados los unos, bien desnutridos los otros, sin ningún otro valor para la democracia que el del consumo. Pero también se proyectan posibilidades desconocidas de emancipación, como habría dicho Marx, “a partir del desarrollo de las fuerzas productivas”, sólo si ese desarrollo se equilibra con la supervivencia. Mucho depende de la voluntad política que dispute un sentido emancipador de la democracia frente al capitalismo neoliberal, pero además, del aprovechamiento de esas posibilidades científicas y tecnológicas que componen la crisis de modo virtuoso.
Estas discusiones son relevantes aquí y ahora, en la Colombia en proceso de implementación de los Acuerdos de Paz y no deberían ser vistas como paranoia basada en la serie Black Mirror. El núcleo general del Acuerdo Final para la terminación del conflicto es la ampliación de la democracia. Además, la alternativa que se presenta ahora que se supone que nos vamos liberando del conflicto armado, es y será democrática, o así se tendrá que reclamar, y se enfrentará a muchas acusaciones sobre ese paradigma de lo políticamente correcto.
¿Qué significa la ampliación de la democracia hoy en Colombia? Esa es la pregunta de fondo a los pronósticos sobre los temas relevantes del año 2017 en los titulares de prensa que anuncian como asuntos aislados la implementación, las próximas elecciones, etc. Yo diré dos cosas vagas, por ahora.
La recomposición de las fuerzas de cambio que se avecina con la conversión de las FARC en movimiento político tiene que asumir con seriedad el problema de la democracia, de sus crisis y necesaria ampliación. Partidos, movimientos y agrupaciones auténticamente democráticos es lo que reclama este momento y la vara para medir esa autenticidad es cada día más alta. ¿Qué significa eso hoy? Hay que superar la idea arcaica de que el pastel que nos toca es pequeño y estático, haciendo que temas comunes se disputen restando, en vez de sumar. Hay un exceso de arrogancia de quienes han gobernado y de quienes no lo han hecho. Después de navidad, se les olvida que cuando las cosas se ponen feas sólo nos queda la familia. Hay una gran actualización ideológica y operativa en deuda con base en el conocimiento científico actualizado. Internet no sirve sólo para hacer videos y convocatorias.
Es mentira y ha sido mentira que la razón de ser del proceso de paz sea el desarme de las FARC. La ampliación de la democracia es lo que se le debe a este país lleno de muertos y significa mucho más que eso. En 2017 y hacia adelante se impone esa ampliación, o se impone la agenda de la extrema derecha que llama democráticas a políticas que no lo son. Para que eso pase hay que sumar y multiplicar a las muchas fuerzas de cambio que existen en Colombia y aceptar, con proyección estratégica, la posibilidad de un gobierno de transición también con los nuevos movimientos que surjan. Ninguno de los puntos del Acuerdo Final son incompatibles con la agenda de la anti-corrupción, con el enfrentamiento de las consecuencias de los TLC o de las leyes de salud y pensión, o la crítica al modelo minero, al programa de infraestructura o la estructura regresiva de los impuestos, que son temas que mencionan los precandidatos actuales, Jorge Robledo y Claudia López.
Hoy en Colombia hay menos incompatibilidad de agendas de transformación que nunca y si no se ponen de acuerdo quienes dicen querer la paz, que implica cumplir con la ampliación de la democracia, no será por imposibilidad programática sino por miedo a untarse del pasado de los otros, y esa falta de altura la pagaremos durante todo un siglo.
Bienvenido el 2017.
*Esta columna representa la opinión del autor y no compromete la posición editorial de ¡Pacifista!