A propósito del 'Día internacional del motel', averiguamos cómo era el proceso para lograr tirar en el monte.
NOTA EDITORIAL: Antes de que ustedes lean esta pieza, para ¡Pacifista! es importante dejar claro que encontrar interés periodístico en cómo era la sexualidad en las Farc en ningún momento desconoce las violaciones y crímenes contra los derechos sexuales y reproductivos que pudieron tener lugar en el seno de esta organización. En esa materia, la justicia tendrá la última palabra.
Si se quiere saber cómo se daba el sexo en la guerrilla, primeramente hay que entender que era un grupo de personas que siempre estaba en una dinámica de guerra. Podrá sonar a obviedad, pero es importante porque la guerra, justamente, hacía que los temas personales pasaran a un segundo plano. Lo realmente importante, lo fundamental, era lo colectivo.
Entonces, como todo en la guerrilla, el sexo también tenía su reglamento, su control y régimen interno. Lejos de ser un motel, el monte tenía sus propias dinámicas: pensar en elegir un cuarto era un lujo imposible, así como escoger una noche especial para saciar la calentura. En la selva, la guerrillerada no tiraba cuando quería, sino cuando podía.
Para empezar, según cifras del gobierno, entre el 30 % y 40% de los integrantes de las Farc eran mujeres. Lo cual, en principio hacía que el asunto de las relaciones sexuales —y amorosas— tuvieran un desbalance desde el punto de vista hombre-mujer, pues las relaciones homosexuales estaban prohibidas.
“Las relaciones eran de fraternidad, eran basadas en el respeto, pero eran relaciones muy libres. Obviamente se daban los sentires del ser humano, pero las prioridades eran otras”, me contó por teléfono Antonia Simón, una excombatiente de las Farc. Además, hizo énfasis en que el ‘control en el sexo’ no era para “negar la humanidad” –”el sexo era ‘libre’ y cada quién elegía con quien acostarse”– pero había que seguir un protocolo estricto.
Ese protocolo iba más o menos así:
Quiénes
Según Sofía, otra excombatiente de las Farc, por lo general era el hombre el que proponía la relación sexual. Sin embargo, había mujeres “promiscuas” que propiciaba el primer encuentro –así me lo explicó por teléfono. Sofía, al igual que otras mujeres excombatientes con las que hablé, se negaron a hacer una entrevista personal: la guerra ya terminó, pero el sexo sigue siendo un asunto pudoroso para ellas.
“Lastimosamente, como en todo grupo humano, el poder interfiere en las relaciones: con más poder, más posibilidad de seducción, supongo”, me dijo la fotógrafa francesa, Nadège Mazars, quien estuvo internada en las filas farianas en Putumayo y Caquetá durante meses. “Un soldado raso la tenía más difícil porque debía moverse más, tenía menos estabilidad, a diferencia de un comandante”, contó la fotógrafa que lleva más de 11 años en Colombia.
El periodista Jorge Enrique Botero, a quien Álvaro Uribe alguna vez llamó el ‘periodista de las Farc’ por su cubrimiento de la guerrilla y su acceso a las fuentes, me explicó que en las filas farianas había un ‘amalgame’ de personas: “indígenas y negros, blancos y negros, negros e indígenas. Si hubiera habido procreación permitida, hubiera terminado en un mestizaje bien interesante. También menores con mayores”.
Botero, quien itinerantemente estuvo en el monte, además me dijo que había una “admiración hacia parejas que se consideraban emblemáticas en la guerrilla”. Las parejas que conformaban comandantes como Manuel Marulanda, Simón Trinidad o Alfonso Cano “eran como un ejemplo a seguir: hombre y mujer unidos para siempre en la lucha”.
Cómo
Para que el acto sexual pudiera suceder, era necesario hablar con el superior del Frente o el superior de la escuadrilla. “Allá la disciplina era fuerte, todo era muy estricto”, fue lo primero que me dijo Sofía cuando le pregunté por el cómo se lograba entablar una relación sexual. Cuando se decidían los quiénes, ambos tenían que ir ante su superior y dar el aviso verbal de que querían tener sexo.
Giancarlo, un exguerrillero de las Farc de la zona del Tolima, contó que todos los días se anunciaba un orden del día: “se elaboraban las actividades y tipo 5. p.m., en una minuta el mayor en rango anunciaba quienes iban a ser los encargados de la guardia. Los que no eran ocupados en estas labores, podía, con la compañera, pedirle permiso”. Es decir, que solo hasta bien entrada la tarde la pareja podía saber si podía tener sexo o no. Entonces comenzaba el calor o la decepción de la noche.
Antonia, una excombatiente que ahora vive en Bogotá, me contó que cuando la pareja sexual —o amorosa— estaba en otra ‘escuadra’ (en otra zona, pero parte del mismo Frente), se debía reportar ante un superior y pedir un permiso especial para encontrarse. Esto sucedía porque si estaban en medio de “una campaña militar y la persona con la que yo copulaba, pernoctaba a 20 minutos de mí (sic.), era obvio que tenía que avisar para no ser confundida con una intrusa: la seguridad servía para tener orden”. Ella cuenta, con completa seriedad, que todo el mundo era consciente de que las relaciones, como todo lo que se hacía en las filas farianas, tenía que estar minuciosamente reportado.
Además, también era necesario controlar la natalidad de los frentes. Hay que recordar que estaba prohibido quedar embarazada en las Farc. Por tanto, la planificación era necesaria, incluso en encuentros sexuales fugaces. Sofía cuenta que las mujeres, a diferencia de los hombres, rara vez tenían acceso a preservativos, pero sí les daban métodos anticonceptivos, sobre todo inyecciones. En contraposición, Antonia me dijo que siempre había preservativos, modos de planificación, enfermerías y medicamentos. Ambos sexos tenían “completo acceso a todos los métodos” siempre y cuando hubiera posibilidades económicas.
Según Cesar, un excombatiente que conocí en Icononzo, en las filas siempre tenían preservativos y se hacían controles regulares en la enfermería. “Era complicado tener sexo en misiones, pero de resto era normal. En misiones uno podía dejar de ver a la pareja por meses y eso se dejaba muy claro desde que exponía ante un superior el deseo de tener relaciones sexuales”.
Cuándo
Se habla de ‘control en el sexo’ porque solo se podía practicar dos veces a la semana: miércoles y domingos, de 6:30 p.m a 4:30 a.m del otro día, aunque escenarios de campaña militar, el tiempo se reducía a tres horas, que podían ser elegidas por la pareja. “Tres horas alcanzaban para muchas cosas”, comentó entre risas Giancarlo.
“Y ¿qué pasaba si los cogían teniendo sexo en momentos que no era permitido?”, Giancarlo –quien no ocultó su sorpresa al oírme hablar de sexo con tanta libertad– me explicó que “nos sancionaban con trabajos forzosos. No era para chocar con la integridad física, sino para la formación de uno. Por ejemplo, algunos de esos trabajos eran hacer huecos para enterrar la basura o traer la leña pelada y rajada”.
“Oye Sofía –le dije por teléfono– teniendo condiciones tan estrictas, ¿sí se podía disfrutar de un polvo?”. Después de reírse hasta quedar sin aire, me respondió: “qué te digo yo…la verdad no tanto, pues si se disfrutaba, pero a veces a uno lo cogían en paños menores y siempre tocaba estar pendiente de los demás. A veces la gente pasaba y lo veía a uno en las noches porque alumbraban con las linternas”, relató pudorosa. “Se hacía y se disfrutaba, pero no puedo negar que era complicado”.
Dónde
Los encuentros ocurrían en ‘la caleta’. Un espacio elegido por ellos, en donde guardaban sus pertenencias y armaban su cambuche. Ahí descansaban y tenían sexo, era practicamente una habitación, su espacio más íntimo.
La caleta elegida era a discreción de ellos, pero había que avisar en cuál se iba a gozar de la pareja. Si algún guerrillero no tenía caleta, pero sí pareja, algún ‘camarada’ amable le cedía la suya y se iba a dormir en una hamaca. Botero me contaba que si alguna pareja entablaba una relación más estable, tenían la posibilidad de tener una caleta juntos. De hecho “esas caletas eran más lindas, trataban de decorarlas y darles un toque más hogareño”.
“En la parte física, no podía haber un amor desatado”, también me decía Jorge Enrique: “Las condiciones de la guerra demandaban mucho silencio, no se podía llamar la atención”. Por esta razón, el sexo tenía que ser silencioso. En tiempos de conflicto, cualquier ruido era peligroso.
Por qué
En el monte, en la ciudad o en la playa el sexo llama al ser humano. Sin embargo, para la francesa Nadège el sexo en el monté sí estaba muy lejos de esa concepción de buena parte de la sociedad colombiana que lo relaciona a parejas estables y uniones ‘para toda la vida’. “Hay que pensar en términos de guerra y ejército. Las parejas resultan temporales y las ‘historias de amor’ se vuelven complicadas en la intensidad de la guerra”.
“Lo que yo te puedo decir es que los que estaban emparejados la pasaban mucho mejor”, me comentó Botero. Según el periodista, el hecho de tener una pareja estable generaba más empatía con la lucha y una mejor disposición para combate. Sin embargo, las mismas condiciones de la guerra hacían que las personas “optaran por permanecer en la soltería, sin una pareja estable: era una forma pragmática para no sufrir. Si uno de los dos podía morir, era mejor no enamorarse”.
En otras guerrillas, como el ELN, las relaciones sexuales no está tan reglamentadas. “Si en la vida campamentaria una relación de sexo ocasional entre una pareja no interfiere ni contra la disciplina, ni los planes y tampoco pone en riesgo la seguridad, no hay problema”, nos explicó alias Uriel, comandante del ELN. Allá, cuando las parejas se establecen, “no sólo duermen juntos y comparten todos los espacios que deseen, sino que se toma en cuenta como pareja para que se muevan juntos en caso de traslados”, agregó.
Jazmin, una desmovilizada de la guerrilla del ELN, corroboró lo que Uriel nos contó y añadió que “se tenía que exponer antes que uno tenía que ser novia del otro. Había tres meses de prueba sin sexo y luego de estos meses, si la pareja seguía junta, la mujer siempre iba donde estaba el hombre”. Si la regla de los tres meses se incumplía, eran sancionados con tareas como de hacer de comer por varios días o ir a coger leña”. Jazmín dice que así funcionaron las cosas hasta 1999: “A partir de ese año se volvió un descontrol. Se volvió miedoso, nadie respetaba a nadie. Los comandantes, por tener su posición jerárquica se podían acostar con quien se les diera la gana”, concluyó.
En la selva y en la guerra, el sexo nunca dejó de suceder. ¿Moteles? Eso eran cosas de otro mundo, de otra vida.