Los Uribe Moreno, el poder afectivo de una familia colombiana | ¡PACIFISTA!
Los Uribe Moreno, el poder afectivo de una familia colombiana Imagen: Cristian Arias
Leer

Los Uribe Moreno, el poder afectivo de una familia colombiana

Colaborador ¡Pacifista! - agosto 19, 2020

La escritora Fátima Vélez hace una lectura de uno de los símbolos de orden y unión más fuertes y heteronormativos que existen en el país. La familia de un presidente es un modelo de país en una escala minúscula; si ese señor es un buen padre, seguro es un buen dirigente. La de Uribe no ha sido la excepción.

Compartir

Por: Fátima Vélez

Una de las cosas que más me llama la atención sobre la cobertura mediática de la detención de Uribe es la presencia de su familia. Primero, la circulación reciente de una foto en blanco y negro, con todo el poder que tiene el blanco y negro para generar conexiones emocionales, del abuelito Uribe con sus nietecitxs alrededor, al parecer contándoles una historia y no precisamente de terror, la de la masacre de El Aro, por ejemplo. No, no parece esa la historia pues el gesto es dulce, enternecido y enternecedor, como para hacernos decir: si este señor se va a la cárcel, pobres nietxs se quedarán sin abuelo, eso sí que es una desgracia, como si él fuera el único abuelo del mundo, como si el hecho de estar encerrado en su rancho del ubérrimo fuera a dejar huérfanxs y desamparadxs a esxs niñxs.

Después, la aparición de Lina Moreno de Uribe a través de una carta elogiada por muchxs como bien escrita y que ha sido sometida a los más minuciosos procesos de interpretación. Una carta que apela a una conexión afectiva con unx lectxr leídx; con unx lectxr, que aunque no sea propiamente letradx, pueda reconocer en la erudición de lo escrito un sello de criterio y lucidez, que nos permita inferir que si la autora, es decir, la esposa de Uribe, es una mujer capaz de escribirle una carta al país acompañada de las palabras poderosas de escritores canónicos (todos hombres), para argumentar cómo la justicia es un tema de interpretación y que lo que necesitamos es cambiar la narrativa de odio que se ha impuesto, quiere decir que el expresidente debe ser inocente y que la decisión de la corte es sólo una cuestión de influencia, manipulación y persecución política, aunque deba acatarse.

La familia Uribe, apareciendo en los medios después de la decisión de la Corte, es un ejemplo visible de cómo aparatos culturales como la fotografía y el género epistolar son herramientas de poder afectivo para legitimar una idea de familia. Me acuerdo cuando era niña, mi mamá me inculcó una fascinación por la familia Gaviria y cada vez que Ana Milena, María Paz y Simón salían por televisión, veíamos juntas cada detalle de cómo iban vestidxs, cómo caminaban, cómo sonreían. Qué belleza de familia, decía mi mamá. Resulta ahora paradójico que justo esa familia fue la que resultó, al menos es lo que circula en rumores, un modelo de disidencia sexual, aunque el desenlace familiar e íntimo de la familia Gaviria tristemente nunca se exhibió ante las pantallas de televisión. Eso sería inconcebible.

La familia de un presidente es un modelo de país en una escala minúscula; si ese señor es un buen padre, seguro es un buen dirigente. La familia siempre ha sido un símbolo de orden y unión y estabilidad y esos son valores tradicionalmente heteronormativos.

Por eso, no es sorprendente la estrategia del uribismo de recurrir a la familia como una herramienta de manipulación emocional, que además refuerza los valores familiares del patriarca. Se trata de una estrategia de defensa, que al mismo tiempo es una estrategia de memoria sobre los valores que se verán perdidos si ese hombre llega a ser condenado. Sucede que lo que está en riesgo no es la libertad de un hombre, sino la honorabilidad de un padre de familia, un padre de la patria. Lo que estos aparatos ponen en marcha es el miedo de que si cae Uribe, caen unos valores para darle paso a un modus operandi más propio de la izquierda, que, en cambio, argumentarán los uribistas, enaltece la desintegración de la familia tal y como se supone debe ser para mantener la estabilidad de un país.

Me sumergí en el blog de poesía de Paloma Valencia

Hace unos años leí un artículo de The New York Times sobre el acuerdo de paz donde se hablaba de cómo una de las razones por las que había ganado el NO al referendo tenía que ver con una creencia de que los acuerdos amenazaban el orden de la familia heteronormativa. La paz, según los uribistas, no era en realidad la paz tan esperada después de más de cincuenta años de conflicto, sino un mecanismo siniestro para permitir la impunidad y abrirle el terreno político a las FARC, pero sobre todo para promover lo que uribistamente se llamó ideología de género. Este argumento, que consiste en asociar la disidencia sexual y la disidencia guerrillera, se funda sobre una idea de que la guerrilla promueve unas libertades sexuales que buscan desestabilizar la sociedad desde su núcleo más esencial. Libertades que, si se mira bien, la guerrilla en realidad obstruye, porque socialmente las estructuras guerrilleras han sido tan patriarcales, machistas, misóginas y heteronormativas como la de cualquier aparato militar. En eso las guerrillas se parecen más al uribismo que a los movimientos LGTB. La disidencia sexual no se identifica con los grupos guerrilleros, ni siquiera totalmente con la izquierda, pues hay que ver cómo la izquierda muchas veces les ha dado la espalda fomentando ideas sobre el género y la orientación sexual en consonancia con la derecha más conservadora.

Ahora, quisiera detenerme en la carta de la esposa. Algunxs la leen como un texto cifrado, lleno de guiños, según algunxs contra el propio Uribe. En mi opinión es pura retórica ornamentada con citas, donde en apariencia se apela a la justicia en términos de humanidad para acusar a los magistrados de la corte de haber tomado su decisión influenciados por opiniones de periodistas y abogados, porque los humanos somos influenciables. Oh, qué verdad más elevada. Más allá de las acusaciones hacia los jueces, o de cómo doña Lina llama elegantemente “la doble naturaleza” de los magistrados, la carta y su buena redacción y la apelación a ideas supuestamente universales de la contradicción humana puede sorprendernxs viniendo de la esposa de alguien a quien relacionamos más con una violencia analfabeta, ignorante, arrasadora y ciega; alguien a quien asociamos (y no precisamente por influencia de opinadores, sino con pruebas bastante concretas y contundentes) con valores que promueven el despojo de las tierras, el dinero del narcotráfico, la consecución de los fines sin pensar en los medios, la prosperidad a costa de la guerra. En fin, características que es difícil asociar con una sensibilidad estética.

La carta puede engatusar al ser impecable en su redacción y tener ideas al parecer complejas y profundas. Sin embargo, resulta de un alto grado de cinismo si tenemos en cuenta que habla sobre acabar con la narrativa del odio que ha invalidado el debate político durante décadas, y de la cual Uribe, a quien ambiguamente se defiende en esta carta, ha sido uno de sus grandes promotores.

Para retomar la idea de la buena redacción de la carta de la señora de Uribe y la apelación a la literatura como una forma de enganchar y conmover para alcanzar unos fines específicos, quisiera traer precisamente un breve pasaje de otra carta, en resonancia con esta idea de citar a los grandes escritores que con seguridad doña Lina ha leído. Se trata esta vez de lo que Flaubert le escribe a su amiga George Sand, en 1871:

“… la instrucción gratuita y obligatoria no hará sino aumentar el número de imbéciles… Lo más urgente es instruir a los ricos, que, en definitiva, son los más fuertes. Ilústrese al burgués, por lo pronto, pues no sabe nada, absolutamente nada […]”.

Flaubert, el de la exacerbación del detalle, gran escudriñador de la naturaleza humana, el que puso el dedo en la llega en los deseos y frustraciones de una mujer soñadora (educada y leída) en la Francia rural del siglo XIX, ese mismo, tenía un miedo terrible de perder precisamente su privilegio burgués si el proletariado se educaba. Instrúyase al burgués, decía Flaubert. Y el burgués se instruyó en el arte de hacer dinero, mientras las mujeres se quedaban en casa pariendo, cocinando y limpiando, y algunas veces, al escondido, en la oscuridad, se educaban a sí mismas, y hasta deseaban y pensaban.

No debe sorprendernos que de vez en cuando aparezca el gran patriarca matón con esposa ilustrada, cosa que no creo que a él le guste mucho salvo cuando sale en su defensa. Claro que llama la atención que Uribe cuente con otra defensora ilustrada, como Paloma Valencia. Si en defensa del patriarca salen dos mujeres que han sido formadas y que apelan a la literatura y a argumentos aparentemente reflexivos, o por lo menos bien redactados, nos dejan perplejxs a quienes asociamos al Centro Democrático con una manada de trogloditas analfabetas populistas. Al parecer, la educación y la buena escritura no son incompatibles con el uribismo, observamos incrédulxs. Inconcebible que alguien que piense y escriba pueda serlo, pero existen este tipo de seres, y ya que existen, por muy inconcebibles que sean, pues hay que aceptar esta posibilidad y darle vueltas y observarla y sorprenderse, quizás, de que este mundo dé para todo, pero también, de cómo la literatura, o al menos la buena redacción, la capacidad de citar a los grandes autores y de hablar de prudencia y silencio, fue, es y seguirá siendo un gran instrumento de seducción.

No creo que sea una cuestión de estigmatizar la buena escritura como un rasgo de derecha, o caer en ingenuidades como esas en las que yo he caído, de que las personas con sensibilidad estética están más cerca de ideas de justicia social, que asociamos más con la izquierda, o pensar como mi papá, quien cuando le pregunto que si se ha leído tal libro, responde, citando a un escritor de su tierra, Rafael Arango Villegas, que él no lee porque el que se acuesta muy leído amanece comunista.

Estas asociaciones equívocas me llevan a insistir en la importancia de reflexionar sobre cómo muchas veces los aparatos culturales no son ni neutrales, ni inocentes, basta una revisión de la historia literaria y su relación con la política. Hay varios ejemplos de escritores al servicio de una ideología (así como también perseguidos por ésta, pero esa es otra historia), incluso cuando tienen la destreza para hacernos creer que no. Basta una revisión de la historia literaria y sus movidas políticas: los escritores de la falange durante la guerra civil española, o los escritores al servicio del nazismo, o de las dictaduras varias (tanto de derecha como de izquierda), o los escritores fundadores de esta patria a imagen y semejanza de su estrecha noción de familia. Y es que familia, literatura y política están en una alianza más activa y enmarañada de la que imaginamos. Basta pensar en la truculencia de la palabra “patria”, a la que tanto se aferran lxs defensorxs de Uribe.