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Colaborador ¡Pacifista! - julio 25, 2018

OPINIÓN | Allá ellos con sus apellidos y privilegios, al resto nos toca trabajar por la comida y para darnos uno que otro gusto típico de la clase media. Por: Adolfo Zableh Durán

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Se pelearon por plata (pelear es un decir) un hijo de Santos con uno de Uribe. El primero dijo que se sentía orgulloso de tener el mismo patrimonio luego de ocho años de presidencia de su padre; el segundo se sintió aludido y le respondió que lamentaba que hallara tranquilidad en la ausencia de éxito, y que él y su hermano llevaban diecisiete años moliendo de sol a sol para conseguir lo que habían logrado. Hasta antes de lo de sol a sol, el asunto se trataba de una pelea entre delfines, pero cuando salió la frase, no solo se nos vino a la cabeza la letra de una canción de Salserín, sino toda la rabia.

Porque ha molido más la reina Isabel que los hijos de Uribe. No dudo que no le tengan miedo al trabajo, que eso se lo heredaron al padre, pero no es ahí de donde viene su fortuna. Una de las cosas que solemos creer es que trabajar mucho enriquece, y eso no es necesariamente cierto. Usted puede reventarse a trabajo 24/7 y morir pobre, porque el esfuerzo a lo bruto no sirve de nada. Para enriquecerse se necesita también una buena idea, la visión para ver dinero donde otros ven piedras y la astucia para poner a trabajar a los demás para uno.

Y sin conocer a Tomás y a Jerónimo, el crecimiento de su capital da para pensar que poseen una visión de negocio que ya quisiera tener Jeff Bezos, o que han exprimido hasta la última gota la condición de hijos de presidente. Pero la discusión no es esa, aunque lo sea. En un país como Colombia, donde muchos muelen de sol a sol de verdad sin tener ningún tipo de recompensa, que salga alguien con dinero y privilegios a igualarse al resto es poco menos que indignante. Por cosas como esa ser millonario por estos lados, así sea legalmente, es visto como un pecado, por eso es entendible que las personas con plata posen de que no la tienen, y si ya no pueden ocultarla, se sientan mal por tenerla y traten de justificarla, siempre aclarando que les costó un riñón obtenerla. Y está bien, aprovechen las oportunidades, las habilidades, sus privilegios, lo que no se comprende es que se las tiren de mártires.

Suena absurdo, pero así funcionamos. Usted se pasa un semáforo en rojo en un Chevrolet Spark y le mientan la madre por quebrar la ley y poner en riesgo la vida de los demás; lo llega a hacer en un Mercedes de 200 millones y encima es un hijoputa por tener plata. Y no ocurre solo con el dinero, a todo aquel que haya logrado algún tipo de éxito le exigimos cosas raras, como cuando se quejaron de que García Márquez no hubiera ayudado a llevar acueducto a su pueblo.

A mí sí me encantaría tener dinero, en especial si no me hubiera representado esfuerzo alguno, pero los apellidos no me alcanzaron para tanto. La otra opción habría sido meterme al crimen organizado, pero el temple no me da y me habrían matado al primer torcido. Otra de las cosas que hemos dado por ciertas pero que se alejan kilómetros de la realidad es que el dinero del hampa es dinero fácil. Esa gente no solo tiene que trabajar incansablemente y a deshoras, sino que no puede bajar la guardia porque se la comen viva la competencia, pero en especial sus propios compañeros. Encima no hay seguro médico ni plan de jubilación y si ves una patrulla de policía te toca perderte.

Entonces no vale la pena sufrir porque Tomás y Esteban se hayan peleado, que así estén en orillas diferentes, ambos hacen parte de un exclusivo club al que usted y yo no pertenecemos. Allá ellos con sus apellidos y privilegios, al resto nos toca trabajar por la comida y para darnos uno que otro gusto típico de la clase media que inefablemente terminaremos pagando en 36 cuotas.