OPINIÓN | El uribismo encontró al candidato perfecto: el que puede sumar para la segunda vuelta y hacer lucir sensato al Centro Democrático.
La elección del candidato a la Presidencia por el Centro Democrático, ese reality nacional que se llamó “el que diga Uribe”, dio como ganador al senador Iván Duque. En los círculos más íntimos de la fiereza uribista, eso se sabía de sobra: así el expresidente disfrazara con encuestas “democráticas” el resultado final, iba a terminar imponiendo su voluntad a la brava, como nos tiene acostumbrados. Y su candidato, como anticipó esta nota de La Silla Vacía hace dos meses, era Duque.
Para que él ganara, Uribe diseñó el mecanismo con el que quedaría elegido de forma holgada.
Lo aparentemente difícil de entender es por qué. ¿Por qué de todos esos autómatas que tenía a su disposición, el senador Uribe escogió a ese? ¿A ese que le tienen tanta desconfianza en los grupos más hondos e infernales de la derecha? Parece inverosímil que el candidato del uribismo sea quien proyecta la imagen de Duque: tendedor de puentes, conciliador ante quienes se le oponen, moderno en sus palabras, proveniente de cargos técnicos…
Si no me creen, lean esta entrevista que le dio a Yamid Amat en El Tiempo: cuánta lejanía al guerrerismo bobalicón de Paloma Valencia, a la insensatez histórica de María Fernanda Cabal, al intelectualismo vacío de José Obdulio Gaviria. No habla como un miembro del Centro Democrático. Es otra cosa.
Y, sin embargo, Duque es el candidato que Uribe puso y respaldó. Hay dos asuntos importantes en esa ecuación: la primera es que el expresidente, después de la traición de Juan Manuel Santos, no volverá a poner jamás a un candidato que no le convenza o que no sea de su entera confianza. Y la segunda: Uribe es uno de los políticos más sagaces de los que tengamos memoria.
Esto que acaba de hacer es un movida de ajedrez personalista y no una decisión basada en la voluntad colectiva de su partido.
Es su apuesta.
¿Por qué Duque?
Piénsenlo bien. Deténganse un segundo. Desmenucen el hecho. Permítanse desconfiar del azar, de la buena suerte, de la honestidad.
Nada de eso acompaña las elecciones que vienen (por cierto: nunca lo ha hecho con ninguna que ha habido).
Siendo así la cosa, desconfiando, Iván Duque es, entonces, el mejor candidato que podría tener el Centro Democrático en el presente.
¿Por qué? Revisemos sus virtudes. Es un buen orador, un elemento clave en esta democracia llena de debates: véanlo con Claudia López, con Gustavo Petro, combativo y elocuente, hablando de ir hacia adelante, desmarcándose de Uribe a cada paso (curioso: todo lo contrario a Juan Manuel Santos en su primera elección).
Es también un novato de la política. Alguien nuevo. Fue consultor de la Corporación Andina de Fomento; consultor también de ministerios en los periodos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe; jefe de la división de asuntos culturales, creatividad y solidaridad del Banco Interamericano de Desarrollo, donde trabajó diez años, impulsando, entre otras, la llamada “economía naranja”. Y finalmente un senador destacado.
Alguien que habla a cada frase de renovación, que discute de manera serena, que resalta la importancia del desarrollo frente a las figuras políticas del “pasado”. “Ni a la izquierda, ni a la derecha, sino adelante”, dice.
Esto que acaba de hacer Álvaro Uribe es una movida de ajedrez personalista y no una decisión basada en la voluntad colectiva de su partido.
Y tiene, por último, lo que me parece más importante en la baraja del líder supremo, una impronta que ningún otro uribista: se ve independiente.
O por lo menos no parece un títere. “No parece del Centro Democrático”, como dice Fernando Londoño. Y, por tanto, no es un candidato de la derecha vergonzante: sería inteligencia pura, y no uribismo estúpido, votar por él. Y eso suma. No es lo mismo decir “voy a votar por Paloma Valencia” que “voy a votar por Iván Duque”. No se lee igual, así estén ungidos los dos por el mismo patrón. Eso suma, insisto. Ya los uribistas lo van a sentir. Agarra votos indecisos y vuelve el voto por “el que diga Uribe” una cosa sensata.
Y peligrosa, además, porque, a pesar de las flores que le acabo de echar, Duque sigue siendo Duque: el que dio una fiera batalla contra el gravamen a la industria de las gaseosas; el que promete una reducción insólita de impuestos para las empresas; el que dice que no hará “trizas” los acuerdos de paz, pero tampoco, metiéndoles una tijera brava, permitirá que susciten “risas”; el que tendrá a Álvaro Uribe —su mentor, lo ha dicho— hablándole al oído.
El títere
Todo esto en caso de que gane, cosa que yo veo poco probable. Pero sumará. Creo también que dejará tirados a Alejandro Ordóñez y Marta Lucía Ramírez (sus futuros contendores de la coalición conservadora) ganando adeptos a su paso.
Y en caso de que no gane, el escenario que veo es peor.
Con el rabo entre las patas, deberá tragarse sus palabras y endosarle los votos, uno a uno, a, no sé, tal vez Germán Vargas Lleras: porque si Duque es el que dijo Uribe, me resulta impensable que luego, entrados en el profundo juego electoral de la segunda vuelta, no haga exactamente lo que le pida Uribe, que será nada menos que unirse al candidato de la derecha.
Sumar votos no sirve de nada si estos no son transferibles. Y me temo que en la derecha —frente a un Gustavo Petro, un Humberto de la Calle, incluso un Sergio Fajardo— lo serán. De sobra. La derecha madruga y hace fila. Y eso es exactamente lo que pedirá el mandamás al final: que quien llegue a la Presidencia de la República haga retroceder a este país lo poco que ha caminado hacia adelante. ¿No es eso lo que ha querido Uribe con rabia desde que le obligaron a bajarse del poder?
Duque, títere al fin y al cabo. Utilidad a largo plazo. Una ficha clave.
Nota. Con trampa o no (y no le pasará nada si la hizo) Vargas Lleras entregó esta semana las firmas de su candidatura: son más de cinco millones.