por Lise Josefsen Hermann y Andrés Cardona · Diseño: Andrés Guevara Borges
Junio 20, 2021
El proceso de paz en Colombia es un fracaso. La sustitución de cultivos no se tradujo nunca del discurso a la práctica y las poblaciones rurales continúan bajo amenazas y agresiones de la fuerza pública. El gobierno de Iván Duque no ha sido capaz de atender a las comunidades cocaleras con la provisión de servicios básicos, vías de interconexión ni alternativas productivas a la siembra de coca, sin embargo, se incrementan las agresiones y las persecuciones. Niñas, niños, adolescentes y mujeres sufren las consecuencias.
A simple vista, la selva luce idílica, pero el fuerte olor a químicos delata los numerosos laboratorios de procesamiento de hoja de coca. Por las noches, hay helicópteros militares sobrevolando el pueblo insomne a muy baja altura. Algunas banderas de grupos disidentes de las FARC ondean en la zona. Nadie los nombra aunque todo el mundo les tiene siempre presentes.
Guayabero, Meta, Colombia – El 2 de marzo del 2021, Guayabero llegó a las noticias nacionales e internacionales. La Fuerza de Tarea Conjunta Omega, del ejército colombiano, había lanzado un bombardeo a un campamento de disidencias de las FARC en el que había varios niños y niñas. Doce personas murieron como consecuencia del ataque. Dos de ellas: Danna Liseth Montilla Marmolejo, de 16 años, y Yeimi Sofía Vega, de 15 años se contaban entre las víctimas. Según las autoridades del ejército colombiano, el bombardeo tenía como objetivo dar con el líder Miguel Botache, alias Gentil Duarte, un guerrillero histórico que actualmente comanda a unos 1 500 soldados ilegales que operan en el sur y el oriente del país, e incluso en zonas fronterizas con Ecuador y con Venezuela.
A casi cinco años de la firma de los acuerdos de paz entre la exguerrilla de las FARC y el gobierno de Colombia, la paz no ha llegado hasta Guayabero. Aquí lo del reclutamiento de menores no es un secreto. Poco antes de ese bombardeo, Faysyuri Gonzáez Morales, estudiante de 13 años de la vereda La Reforma, nos lo contó: “El estudio acá es pésimo. A los profes les daba miedo, se iban, se asustaban. Solo hay primaria. Por eso los chicos se van para los grupos armados, porque el Gobierno no da opción para estudiar acá. Muchos padres tienen muy pocos ingresos económicos, no tienen otra opción que los grupos armados ilegales”. Faysyuri conoció a muchos niños y jóvenes lugareños que ahora no están. Se marcharon porque se dieron cuenta de que no podían conseguir estudios ahí y no encontraron otra salida que no fuera juntarse a la guerrilla.
Se calcula que en todo el mundo 300.000 niños y niñas participan en conflictos armados. Según el Informe de reclutamiento y utilización de niños en conflictos, publicado en el 2018, y de acuerdo con la Convención sobre los Derechos del Niño, los gobiernos deben tomar todas las medidas posibles para velar porque ningún niño o niña menor de 15 años participe directamente en hostilidades. La Convención estableció también los 15 años como la edad mínima de reclutamiento voluntario en fuerzas armadas.
Tras el bombardeo en Guayabero, el ministro de Defensa de Colombia, Diego Molano -quien salió librado de una moción de censura en el Congreso de Colombia debido al manejo del estallido social-, dijo en una entrevista que se trató de un operativo contra una “estructura narcoterrorista” que “usa jóvenes para convertirlos en máquinas de guerra”, y culpó a las disidencias de su muerte. Sus declaraciones desataron una lluvia de críticas en Colombia y en la comunidad internacional.
Las prácticas del gobierno colombiano no son nuevas. En el 2019 hubo otro bombardeo a un campamento de las disidencias de las FARC. Ocurrió en el departamento de Caquetá. En el ataque, ocho niños y adolescentes murieron y el entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero, renunció meses más tarde, cuando se reveló que había ocultado la información sobre la edad de estas víctimas.
La presencia del Estado es la erradicación forzada de las matas de coca. Nada más.
Una Colombia paralela
En Guayabero, las mujeres viven en una sociedad paralela en la que la moneda de cambio es la coca. Una de las veredas centrales lo dice todo con su nombre: Nueva Colombia. Las casas están rodeadas de plantaciones. Una madre envía a su hijo a comprar tomates o verduritas para la sopa y aprovecha para que lleve “mercancía”, “gramitos”. Es coca. Todo el mundo tiene balanzas chiquitas. Los precios se determinan según el peso en gramos. Pero los lugareños dicen que hace mucho no vienen compradores, que no hay efectivo. No hay plata. Estamos en un Colombia paralela. Aquí las familias sueñan con ser parte de su país, sueñan con plantar piña o papaya en lugar de coca, o con tener ganado, una carretera que les conecte con el resto de las poblaciones. Pero en lugar de eso tienen coca.
En Nueva Colombia encontramos a la excombatiente de las FARC María Manrique, de 42 años. Ella salió de las filas de la guerrilla hace más de diez años. Dice que por una hernia. Ahora atiende una improvisada minifarmacia como respuesta a otro de los problemas que vive su comunidad: “El gobierno nos tiene en total abandono en cuestión de salud. Nos quitaron el promotor hace 20 años. Una vez al año vienen los médicos. Duran tres, cuatro días. Hace seis años vino una brigada médica tres, cuatro días. Venían con penicilina, ibuprofeno y la planificación. Es lo único que traen. Hicieron exámenes, pero no entregaron los resultados”.
María atiende a los pacientes lo mejor que puede, consciente de que hacerlo así, en la informalidad ante el gobierno, es ilegal. María cuenta con temor que a una de sus compañeras que atiende en otra farmacia le iniciaron un proceso en la Fiscalía. “Fue tildada como auxiliadora de la guerrilla. Pero es nuestro derecho a la salud. El hecho de vender algo o atender a alguien, atención primaria a alguien, para mí no es un delito. Para mí es tratar de salvar una vida”.
En otra vereda, Caño Cabra, encontramos a otra Danna. Tiene 13, la edad con la cual su homónima recién asesinada en el bombardeo del 2 de marzo se incorporó a las filas de las disidencias. Danna Valentina Patarroyo Hernández recuerda cuando hace pocos años, sus padres no le dejaron ir a la escuela debido al conflicto. “Para ir a la escuela nos tocaba pasar por un potrero donde hay un campamento de soldados. Eso fue hace tres años. Nos quedaba lejos y los soldados no dejaban pasar a nadie. Por eso nuestros papás no nos mandaban a la escuela, les daba miedo. Como un mes no fui a la escuela. Luego, durante el plantón, se cerró la escuela por como dos meses. El plantón fue a lado de la casa”.
Danna habla de los plantones que hacen los campesinos para protestar contra la erradicación forzada de cultivos. En el 2020, más de 1 000 cocaleros se manifestaron durante más de un mes, y fueron reprimidos por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), el mismo grupo de la fuerza pública que ahora intenta contener las masivas manifestaciones en todas las regiones del país, el mismo que ha sido seriamente acusado de abuso de poder y excesivo uso de la fuerza. Organizaciones de Derechos Humanos alertaron también sobre varias violaciones durante los actos represivos en las veredas de zonas cocaleras, en los que hubo decenas de heridos y personas desaparecidas.
Según informes de la United Nations Office on Drugs and Crime (UNODC), entre los municipios de La Macarena, Vista Hermosa, Puerto Rico y Puerto Concordia, en los departamentos Meta y San José del Guaviare, que tienen jurisdicción en el río Guayabero, hay alrededor de 2.000 hectáreas de coca.
Danna Valentina patarroyo Hernandez tiene 13 años y vive en la vereda Caño Cabra, dibuja uno de sus recuerdo de cuando no podía ir a la escuela porque integrantes de las Fuerzas Militares no la dejaban transitar. Fotografía por Andrés Cardona.
Matar vacas
Faysyuri González reconoce bien este miedo que le causa la presencia constante del ejército en Guayabero: “En la noche uno no sabe si dormir o quedarse despierta. Cuando empiezan por ahí los helicópteros, si están trayendo más ejército, si de la nada salen, si los perros ladran. ¿Será que el ejército anda por ahí? ¿Será que están matando alguna vaca en la noche o se van a robar algo?”.
Matar vacas. Gloria Diney Guerrera Agudelo, una mujer campesina de 40 años, habitante de la vereda Nueva Colombia, recuerda bien cuando en el 2020 llegó el Ejército a su finca para arrancar las matas de coca que ella tenía con su esposo y para matar vacas. “Teníamos sesenta y un ganados en el potrero. El Ejército que estuvo ahí cogieron el ganado, las vacas, y empezaron a matarlos. Veintiuno morían. Luego morían cinco por las heridas. Los señores nos decían que ellos mismos se encargan de desaparecer todo testigo. Por eso es que muchas [personas] ni ponen demanda porque tienen miedo de que le maten a uno solamente por decir la verdad”.
Gloria se acuerda de sus vacas muertas llorando, porque con ellas se esfumaron también los planes que tenía para el futuro de sus hijos, sus ahorros, sus sueños. Piensa en su pequeño de cinco años. “Sentí mucho dolor porque, pues tanto uno sufre para tener las cosas y en un instante se acaba todo. Pusimos la demanda, pero hasta el momento no han respondido por nada”. Los militares matan vacas diciendo que les pertenecen a las disidencias.
Algo que las mujeres de Guayabero comparten es el deseo de que la noche nunca llegue. “Anoche sonó el helicóptero otra vez, fue un susto muy berraco”, dice Gloria. “Por eso hay mucha gente que calla”.
La madre de Faysyuri, Luz Aleyda Morales Henao, tiene su propia manera de describir el miedo que siente. Cuando estaba embarazada, el conflicto se agravó y junto a su familia se marchó a la vereda Nueva Colombia. Al siguiente día de eso nació Faysyuri, prematuramente. Luz tiene ahora 41 años, y aunque eso ocurrió cuando apenas tenía 28, la sensación permanece viva. “Venían los aviones cerquita. Tiraban una bomba y las ollas de la cocina cayeron al piso, sonó horrible, duro. Y los helicópteros tirando tiros a las casas. Acá en el potrero cayeron balas, eso fue horrible, los niños lloraban. A mí me tocó envolver la niña en un colchón y nos metimos las dos ahí porque nos daba miedo porque las balas caían en el patio. Fue cuando Álvaro Uribe era el presidente”, recuerda.
En su memoria perviven las imágenes de soldados con los rostros tapados “como paramilitares”, echándoles de las tierras donde vivían y metiéndoles miedo, diciéndoles que eran paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). “Por acá hay hartas casas vacías desde que pasó eso”.
Otro de los miedos que tienen las mujeres de Guayabero llega con las noticias de que volverá la fumigación aérea con glifosato. Esta actividad de erradicación de los sembríos de coca se detuvo durante varios años en Colombia debido a las graves afectaciones secundarias que produjo en los habitantes. “Cuando hubo fumigación antes, la verdad, no acabaron con la coca. Acabaron con los potreros, con la comida que teníamos. Mi niña Faysyuri se enfermó, se intoxicó. Nos dijo el doctor que fue por la fumigación, que era del glifosato. Le salió unas ronchas grandes, se hinchó la cara. Faysyuri tenía cinco meses y a esa edad quedó 15 días hospitalizada”.
Sueños humildes
En Caño Cabra, Leonilde Hernández Rincón, tía de Danna, se acuerda de cuando todo era selva y la gente talaba madera para venderla en los pueblos. “Con la llegada de la coca, vieron más rentable la coca”, cuenta esta mujer de 30 años. Ya por entonces, el dilema era si la tala de madera era o no ilegal y con esos argumentos, se convencía fácilmente a la población, pero los problemas de las comunidades jamás hallaban solución. “La economía por acá siempre ha sido ilegal. Pero, ¿si no dan una alternativa legal?”, se pregunta.
Estas mujeres viven con sus familias en medio del Parque Nacional Serranía de La Macarena, y esa condición limita la posibilidad de construir una carretera, algo con lo que todos los habitantes de la zona sueñan. Sin una carretera, cultivar otros productos distintos a la coca se vuelve imposible, porque no tendrían cómo sacarlos para comercializarlos. “No podemos invertir porque estamos en parques -explica Leonilde-, ni mejorar la escuela, pero fumigar sí se puede en los parques. ¡Es doble moral!”.
Para nadie en el pueblo es nuevo el discurso oficial de responsabilizar a los campesinos de un problema que el Estado colombiano ha sido incapaz de controlar y erradicar. Y, además, están convencidos de que los planes de fumigación solo harán que la ilegalidad se reproduzca y los daños aumenten. “La gente va a pasar necesidad pero van a volver a tumbar y van a volver a sembrar. Mientras no haya una solución de fondo, la gente lo va a volver a hacer. Lo único que pasa con la fumigación es que se daña a la tierra y obliga a la gente a que tumben más. Nos pondrán a pasar hambre, muchos niños saldrán de la escuela, pero no va a cambiar la realidad”, dice Leonilde.
Guayabero es parte de la zona en la que el gobierno nacional implementa la Operación Artemisa, una estrategia militar para recuperar la selva amazónica de actividades ilegales. Del cultivo de coca. Pero la presencia del Estado se reduce a la erradicación forzada de las matas de coca. Nada más. Cuando se escucha hablar de coca, la primera asociación que surge es el narcotráfico y las redes de delincuentes. Pero para los habitantes de Guayabero, como la pequeña Danna, esa es su cotidianidad, el modo de vivir de su familia, el mecanismo de subsistencia de toda la comunidad. “La coca es una forma de sobrevivir, porque por aquí como no hay carretera, no pueden salir con los alimentos. Por eso cultivan coca por aquí. Antes de que yo naciera era madera, pero ya no hay madera, pues toca coca”.
Y lo de la carretera es un deseo que todas las mujeres comparten. ”Uno a veces sueña mucho -dice Leonilde, la tía de Danna-, chévere si por acá fuera así como en otras regiones donde está la carretera. Uno siembra cultivos, espera que pase el carro y despacha eso. Que haya señal del teléfono, que haya luz, alcantarillado. ¿Será que algún día se verá esto por acá? Sueño con eso. Es un sueño humilde, son cosas que deberían existir, que deberíamos tener. Es lo que estamos pidiendo al Estado. Somos campesinos con derechos como cualquier colombiano”.
Y la adolescente Danna sueña con alternativas a la coca: “Quisiera ir a estudiar en Bogotá con mis hermanos. Después venir por aquí otra vez y ser profesora. Quisiera que arreglen los baños en la escuela. Sería más bonito si hubiera una carretera, ya habría otras formas de cultivar piña o cualquier cosa. Yo no quisiera trabajar en la coca, es malo para la salud, uno se puede intoxicar”.
La joven Faysyuri Gonzales Morales también sueña con un futuro en Guayabero. “Irse de aquí sería demasiado duro. Yo nací y fui criada por acá. Me daría duro. Es lo que me da vida a mí, es como algo muy bonito que no sé cómo explicarte. Es como si llevara la tierra en mi sangre”.
Una joven nacida en medio de un desplazamiento. Una exguerrillera que busca curar a la población con sus conocimientos médicos en zonas donde no hay puesto de salud, y que corre el riesgo de ir a prisión por hacerlo. Una mujer llorando porque perdió veinte (de 60) vacas asesinadas recientemente por militares.
Siempre el miedo latente de enviar a los hijos a la escuela por la presencia militar. Siempre el deseo de que la noche nunca llegue.
Estas mujeres viven en una sociedad paralela, donde la moneda literalmente es base de coca y las casas están rodeadas de plantaciones. Mujeres que viven con sus familias en medio del Parque Nacional Serranía de la Macarena, zona en la que el Gobierno nacional implementa la Operación Artemisa, una estrategia militar para recuperar la selva amazónica de actividades ilegales. De la coca.
Hasta el nombre de una de las veredas centrales lo dice todo: Nueva Colombia. Básicamente, todos sueñan con ser parte de Colombia, con plantar piña o papaya en lugar de coca, o tener ganado. O tener una carretera que los conecte con el resto del país.
Estas son sus historias.
Mi mamá dice que antes todo era selva y la gente cortaban bastante madera, lo vendían en los pueblos. Con la llegada de la coca, vieron más rentable la coca. También ya estaban molestando harto con la madera. Lo mismo de siempre – ilegal, ilegal, ilegal. La economía por acá siempre ha sido ilegal. ¿Pero si no dan una alternativa legal?”
“Y no podemos invertir porque estamos en parques. Ni panel solar porque estamos en parques. Ni mejorar la escuela porque estamos en parques. Pero fumigar sí se puede en los parques. Es doble moral. Proteger, conservar y fumigar con glifosato, contaminar el aire, el agua y la tierra. Es una realidad, va a seguir pasando. Llevamos muchos años acá, no nos van a sacar. La gente va a pasar necesidad, pero van a volver a tumbar y volver a sembrar. Mientras que no hay una solución de fondo, la gente lo va a volver a hacer. Lo único que pasa con la fumigación es que se daña a la tierra y obliga a la gente a que tumben más. Nos pondrán a pasar hambre. Muchos niños saldrán de la escuela. Pasamos necesidad. Pero no va a cambiar la realidad o conservar el medio ambiente. Porque van a verse obligados a tumbar más. No va a dejar de producirse coca.
Uno a veces sueña mucho. Chévere si por acá fuera, así como en otras regiones. Donde está la carretera. Uno siembra cultivos, espera que pasa el carro, y despacha eso. Que haya señal del teléfono, que haya luz, alcantarillado. ¿Será que algún día se verá esto por acá? Sueño con eso. Es un sueño humilde, son cosas que deberían existir, que deberíamos tener. Es lo que estamos pidiendo al Estado. Que inviertan por acá. Somos campesinos con derechos como cualquier colombiano”.
“La coca es una forma de sobrevivir, porque por aquí como no hay carretera, no pueden salir con los alimentos. Por eso cultivan coca por aquí. Antes de que yo naciera era madera, pero ya no hay madera, pues toca coca.
Quisiera ir a estudiar en Bogotá con mis hermanos. Después venir por aquí otra vez y ser profesora. Quisiera que arreglen los baños en la escuela. Sería más bonito si hubiera una carretera, ya habría otras formas de cultivar. Piña o cualquier cosa. Yo no quisiera trabajar en la coca, es malo para la salud, uno se puede intoxicar”.
“El estudio acá es pésimo. A los profes les daba miedo, se iban, se asustaban. Solo hay primaria. Por eso los chicos la mayoría se van para los grupos armados porque el Gobierno no da opción para estudiar acá. Muchos padres tienen muy pocos ingresos económicos y no tienen otra opción que los grupos armados ilegales.
Conozco varios que se han ido a eso. No hay como seguir estudiando acá. Es muy mala la escuela acá. Ellos no encuentran otra salida y se van para la guerrilla. Son un poco mayores que yo, cinco o seis personas que se han ido por causa de que no hay educación. Son niños y niñas – muy jóvenes se han ido, porque no pudieron seguir estudiando. Yo nunca lo he pensado, no me gusta tampoco.”
“Amo mucho a los caballos y al ganado. El caballo es como un buen compañero, me gusta mucho montar caballo. Me gusta el ganado, es como una familia grande. Como que ellos me tienen a mí y yo los tengo a ellos.
“Irse de aquí sería demasiado duro. Yo nací y fui criada por acá hasta los diez años. Ahí me sacaron por San José de Guaviare para seguir estudiando. Me daría duro. Nací por acá. eso es lo que me da vida a mí, es como algo muy bonito que no sé cómo explicarte. Es como si llevara la tierra en mi sangre”.
En la noche uno no sabe si dormir o quedarse despierta. Cuando empiezan por ahí los helicópteros, si están trayendo más ejército, si de la nada salen, si los perros ladran. ¿Será que el ejército anda por ahí? Será que están matando alguna vaca en la noche o se van a robar algo? Entonces como que ahí es que más te atormentas”.
El Ejército venían tapados como paramilitares, y a uno le da miedo. Nos decían ustedes tienen que irse de estas tierras. Decían que eran de los AUC, paramilitares – ya los campesinos se asustaron. Nosotros corríamos cuando llegaba el ejército, la verdad nos daba miedo. Yo estaba embarazada con Faysyuri. Nos fuimos para Nueva Colombia. Por acá hay hartas casas vacíos, porque se fueron este entonces.
”Ahorita estamos asustados porque hemos escuchado por las noticias que va a ver fumigación. Cuando hubo fumigación antes, la verdad, no acabaron con la coca. Acabaron con los potreros. Con la comida que teníamos Mi niña, Faysyuri se enfermó, se intoxicó. Nos dijo el doctor que fue por la fumigación. Le salieron unas ronchas grandes, que se hinchó la cara. Que era del glifosato. Faysyuri tenía cinco meses. Quedó como 15 días hospitalizada”.
La moneda de cambio en Guayabero:
“Entonces yo atiendo. Pues tengo conocimiento, pero es algo empírico. Sabemos que ante el gobierno es ilegal. Por acá nos tildarían de auxiliadores de la guerrilla. Por el solo hecho de tratar de salvar una vida. A parte de prestar primeros auxilios, suturas. Toca arriesgarse. Suturar, canalizar. Aplicar sueros, reconstrucción tejidos.
La compañera de la otra droguería está en proceso con la fiscalía, fue tildada como auxiliadora de la guerrilla. Hasta vender medicamentos es ilegal para el Gobierno. Pero si no nos dan la seguridad. Es nuestro derecho a la salud. El hecho de vender algo o atender a al quien – atención primaria a alguien, para mí no es un delito. Para mí es tratar de salvar una vida.
Yo también soy víctima del Estado. Mi padre es uno nomás de los desaparecidos de Colombia. Entonces desde muy chico conocemos el horror de la guerra y el horror de saber de qué su padre desapareció y que nunca siguiera tienes donde ir a dejarle un ramo de flores. Es muy triste eso.
Todos sabemos que es una zona roja. Ha tenido dominancia de las FARC y ahora las disidencias. A veces vienen los helicópteros, vuelan bajo y tienen sus parlantes, dicen que nos entreguemos. Hace como mes y medio vinieron. Comienzan a votar panfletos, que nos entreguemos. Pero que nos vamos a entregar, si somos campesinos.”
La coca es el principal factor económico, pese a que es algo ilegal. Prácticamente es la plata por acá. Se lo denomina mercancía, se paga por gramos. Si, supongamos, que vienen a pagar 19.000 pesos en comida. Entonces voy a dividir eso por 2.100 pesos y me van a dar nueve gramos. Y yo voy a recibir estos 9 gramos. Para acá es como dinero. Aquí hemos durado 2-3 años que no vemos un billete. Todo es así. Todos sobrevivimos con la coca acá. Aquí no vale sino 2.100 pesos un gramo. ¡Y afuera un gramo vale un platal! O en otros países – estos son los que de verdad les sacan el jugo de este producto”.
Teníamos el ganado del sudor de nuestra sangre, no fue regalado, ni es de nadie. Decir que esto es de la guerrilla – NO. El hecho de que nosotros vivimos acá no quiere decir que seamos guerrilleros. Somos campesinos, trabajadores. Sentí mucho dolor porque, pues tanto uno sufre para tener las cosas y en un instante, se acaba todo. Pusimos la demanda, pero hasta el momento no han respondido por nada. Llevo 35 años aquí. Y mira que todo se espuma en un momentico. Ahora mi niño que solo tiene 5 años. Me toca ponerle a estudiar. Eso era para el muchacho, y todo eso se esfumó en un ratico. Usted veía la vaca con las tripas para afuera. Ni curarlos te dejaban. Decían que las vacas eran de las disidencias. Pero no – eran muy de nosotros. Uno tiene miedo al hablar, porque a veces viene el Estado y le mata a uno. Es el temor de uno, por eso hay mucha gente que calla, es por temor a eso. Anoche sonó el helicóptero otra vez, fue un susto muy berraco.
La compañera de la otra droguería está en proceso con la fiscalía, fue tildada como auxiliadora de la guerrilla. Hasta vender medicamentos es ilegal para el Gobierno. Pero si no nos dan la seguridad. Es nuestro derecho a la salud. El hecho de vender algo o atender a al quien – atención primaria a alguien, para mí no es un delito. Para mí es tratar de salvar una vida.
Yo también soy víctima del Estado. Mi padre es uno nomás de los desaparecidos de Colombia. Entonces desde muy chico conocemos el horror de la guerra y el horror de saber de qué su padre desapareció y que nunca siguiera tienes donde ir a dejarle un ramo de flores. Es muy triste eso.
Todos sabemos que es una zona roja. Ha tenido dominancia de las FARC y ahora las disidencias. A veces vienen los helicópteros, vuelan bajo y tienen sus parlantes, dicen que nos entreguemos. Hace como mes y medio vinieron. Comienzan a votar panfletos, que nos entreguemos. Pero que nos vamos a entregar, si somos campesinos.
La coca es el principal factor económico, pese a que es algo ilegal. Prácticamente es la plata por acá. Se lo denomina mercancía, se paga por gramos. Si, supongamos, que vienen a pagar 19.000 pesos en comida. Entonces voy a dividir eso por 2.100 pesos y me van a dar nueve gramos. Y yo voy a recibir estos 9 gramos. Para acá es como dinero. Aquí hemos durado 2-3 años que no vemos un billete. Todo es así. Todos sobrevivimos con la coca acá. Aquí no vale sino 2.100 pesos un gramo. ¡Y afuera un gramo vale un platal! O en otros países – estos son los que de verdad les sacan el jugo de este producto”.
Este proyecto fue apoyado por el Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas de La Fundación Gabo y Open Society Foundations (OSF) y publicado por PACIFISTA!