Fundir y martillar las armas de las Farc: este fue el acto de catarsis de las víctimas | ¡PACIFISTA!
Fundir y martillar las armas de las Farc: este fue el acto de catarsis de las víctimas Captura de Youtube.
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Fundir y martillar las armas de las Farc: este fue el acto de catarsis de las víctimas

María Rodríguez - diciembre 11, 2018

“Las rayas que dejaba en las láminas significaban las cicatrices que me dejó el conflicto", dijo una de las mujeres que participó en la elaboración del "contra-monumento".

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Una casa colonial de adobe que data del año 1500, al sur de la casa de Nariño, tiene incrustado en un muro un letrero que dice “Fragmentos”. Las letras son huecas y al fondo se puede ver algo de lo que hay adentro. Con armas fundidas de la guerra se hicieron 1.300 placas de metal negro, que cubren los 800 metros cuadrados de la edificación. El metal de las placas en el piso parece arrugado, como si fuera papel. A estas placas en el piso le dieron forma 20 mujeres víctimas de violación sexual durante el conflicto armado.

Esta casa colonial albergará, además, tres salones para exposiciones itinerantes. Los artistas que inaugurarán estos salones serán Oscar Murillo y Clemencia Echeverri. La exposición estará abierta a todo el público durante 53 años, el mismo periodo que duró el conflicto armado en el país. Salcedo decidió que ‘Fragmentos’ no sería un monumento, sino un ‘contra monumento’, pues no busca glorificar las armas ni a los actores de la guerra. 

Todo esto empezó cuando el presidente Juan Manuel Santos le encargó a Doris Salcedo hacer tres monumentos con las armas de las Farc. La maestra decidió contactar a la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales —de la que hacen parte 665 mujeres de todo el país— para escuchar sus historias. Su primera obra, dijo, quería que se enfocara en las mujeres que sufrieron las adversidades del conflicto. 

A comienzos de junio, algunas de ellas, a petición de Salcedo, enviaron sus historias de violencia sexual para que la artista se imaginara la obra a partir de sus testimonios. Al final, Salcedo eligió a 20 mujeres que representaban todas las caras de la guerra: mujeres de lugares afectados por el conflicto como Antioquia, Bajo Cauca, Meta, Soacha e indígenas de la etnia Embera-Katío.

Algunas de las mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado y participantes de la obra ‘Fragmentos’

La cita fue en un taller de Salcedo y, durante dos días, las mujeres víctimas tuvieron un proceso de reconstrucción personal para crear junto a la maestra una obra colectiva para los colombianos. Les dieron unos tapa oídos, unos guantes y una especie de macetas que funcionaban como un martillo y con éste golpearon unas láminas de acero. Las desfiguraron y luego las volvieron a formar como simbolizando su reconstrucción personal.

“Mientras martillábamos, me quité en un momento los tapa oídos y el sonido me hizo recordar la guerra que me tocó vivir, era un ruido ensordecedor” me contaba Ángela María Escobar, una de las líderes de la Red y la representante legal. Ella sentía que cada golpe que daba era un golpe por cada mujer víctima del conflicto.

Las láminas las volteaban para seguir golpeándolas por todos los lados, era una sensación “de rabia y de alegría”, contaba, con firmeza, Ángela. Ella recordó y e intentó sanar las heridas de aquel momento en el que tres paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) la violaron y golpearon en el oriente Antioqueño, en Guatapé. Quería que su dolor se quedara en las láminas que se fundirían más tarde con las armas de la guerrilla desmovilizada.

“Las rayas que dejaba en las láminas significaban las cicatrices que me dejó el conflicto. Luego machucaba las cicatrices y eso me daba una satisfacción. Luego volvía a arreglar las cicatrices”, contaba Nancy Gómez, otra de las participantes en la obra de Salcedo e integrante de la Red de Mujeres.

Detalle del piso en Fragmentos.

A Nancy, al igual que a todas las participantes, le pasaron más de 20 láminas en esos dos días de catarsis. Con todas sus fuerzas las golpeaba con el martillo, recordando sus épocas en los Llanos Orientales: “Soy de Bogotá, pero el amor me llevó a los llanos. Llegué en 1985, una época muy violenta. Yo no sabía qué era la guerra, no creí que eso existiera, pero llegué a una finca en donde empecé a darme cuenta de cómo eran las cosas”.

En el municipio de Guamal, Nancy se dedicó a cuidar niños de familias que se iban a buscar dinero raspando o sembrando coca y entendió la manera en la que el conflicto estaba permeando a las familias en el país. Fue en este escenario donde ocurrió su violación, y aunque no le gusta hablar de ese episodio, dice que durante la actividad revivió la situación y perdonó. Se sintió liberada. 

Por otro lado, para Marisol, participar en esta obra fue “una sorpresa”. Vivió durante 15 años en Popayán, donde, por cuenta de las Farc, desde 1996 hasta 2002, sufrió una serie de violaciones. Dice que los martillazos a las láminas la hicieron reflexionar para darse cuenta de que podía ser una voz para las mujeres que habían vivido situaciones similares.

Al final, Marisol quería hacer parte de esta iniciativa para que “muchas mujeres que no se atreven a hablar sepan que tenemos dignidad y podemos salir adelante, salir del fango en el que estamos encerradas. En la lámina, hay una cicatriz que voy a poder tocar y no va a doler”. 

Fragmentos desde el exterior.

“Las mujeres somos como un billete: nos han arrugado de muchas maneras, pero si nos estiran, no hemos perdido nuestro valor”, clamaba Nubia Chonganá en el vídeo de inauguración de la obra. Sus palabras retumbaron mientras otras mujeres a su alrededor soltaban una que otra lágrima y le tocaban el hombro en un gesto empático. Nubia, originaria del Cauca, más allá del valor que tuvo un reencuentro consigo misma, este ejercicio le pareció “majestuoso” porque la artista puso la mirada sobre las mujeres víctimas de violencia sexual, las “dignificó y glorificó”, contaba Nubia con orgullo durante el lanzamiento de la obra.

“Nos tratan como si las mujeres fuéramos un trofeo”; “me sentí en un cubo de cristal”; “yo no tengo la culpa de lo que me pasó, otra persona decidió hacer conmigo lo que quiso”; “cuando uno descarga veneno, descansa un poquito”, fueron algunas de las frases que las víctimas pronunciaban mientras los visitantes de la obra sentían el frío piso de la exposición.

Al final, esta es una de las apuestas para dignificar a las víctimas del conflicto y repararlas simbólicamente: “Las armas son la base y el fundamento sobre el cual podemos ejercer la memoria. Quiero que forjen una nueva realidad”, le pidió Salcedo a las mujeres. Pararse en el contra-monumento es sobrepasar la guerra, pararse encima de lo que le hizo daño a los colombianos, sentir el frío que las armas pueden transmitir, pero también enaltecer que vivimos para recordarlo y perdonarlo.